Entonces tocó decidir lo más difícil.

¿Como se moverían através de aquel tablero?


¿Cuales serían los movimientos adecuados?

¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?

¿O hacer que cada uno muestre un movimiento característico, único, que lo defina de manera inequívoca?



martes, 18 de octubre de 2011

¿Cómo se creó el ajedrez?

¿Y cómo se creó el ajedrez?, pregunta el niño de mirada inocente.

El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, inventa...

El ajedrez surgió de la lucha de los gigantes de hielo, blancos y translúcidos que, con escarpadas crestas de agua helada a sus espaldas luchan sin descanso contra los hombres de ébano.

Éstos, de negros torsos y pétreos músculos surgieron como por ensalmo de la conjunción entre madera y piedra, ennegrecida por la fortaleza que el fuego les confirió hace ya mucho.

Las peleas entre ambos duraron siglos, quedando la gloria de las batallas ya olvidadas enterradas bajo capas y capas de hielo y rocas. Ahora tan sólo nos queda el recuerdo en forma de pequeñas figuras, que aun recuerdan lo que en su día fueron.


¿Y cómo se creó el ajedrez?, pregunta el niño de nuevo.


El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, sueña...



Sueña con un romance imposible, de la separación de dos amantes que antes siempre estuvieron unidos, pero que ahora, enzarzados en una eterna pelea que nunca parece tener fin pelean sobre algo que ya apenas recuerdan.

Él se convierte en el sol, ella se transforma en la luna, cuerpos estelares en eterna disputa.

Él crea un ejército, tostado y ennegrecido por sus cálidos rayos, se entrenan y pelean bajo la luz solar, ocupando toda la tierra conocida. Cuando el sol se oculta es cuando sale ella.

Ella dispone a sus soldados, que surgieron de la conjunción de las sombras y los rayos lunares. Pálido ejército que se ejercita de noche, y que de nuevo ocupa toda la tierra conocida.


Pero lo que pronto comprenden es que nunca llegarán a enfrentarse (nunca llegarán a coincidir y, si lo hicieran, no tendrían espacio para estar los dos ejércitos a la vez), de modo que se pusieron a pensar y pensar la manera adecuada de hacerlo.

Contactaron con un astrónomo muy sabio de la tierra, experto en cuerpos estelares y problemas del corazón, quien dio con la solución adecuada: todo se trataba de un problema de magnitudes, dijo con voz cascada, de modo que voy a mirar a los dos ejércitos a través de mi telescopio invertido. Ambos ejércitos redujeron su tamaño, hasta convertirse en las piezas que ya conocemos.

Lo que ambos amantes no sabían era el coste de su consulta que habían realizado, y es que debían perder el control de sus ejércitos en manos de anónimos jugadores. Al ver que no podían luchar, se olvidaron sus disputas, concentrándose en gobernar el día y la noche.

Así es como surgió el ajedrez.



¿Pero, cómo se creó el ajedrez?, pregunta inquieto.

El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, narra...



El ajedrez surgió de la mente de un hombre muy muy sabio, quien un día se dio cuenta de que no tenía con quien hablar. La gente le tenía tanto respeto, admiraba tanto sus razonamientos, que no se atrevían a hablar con él por miedo a equivocarse o a quedar en evidencia como las personas más incultas de todo el reino.

El sabio estaba muy triste, ya que cada vez estaba más y más solo. Podía conocer todos los secretos del universo, la verdad indiscutible de las cosas, pero no tenía con quien compartirlas.



Un día, mientras paseaba como siempre, sólo por la ciudad, vio como unos niños jugaban a las batallas en un prado cercano Había dos capitanes que dirigían a sus ejércitos, de manera más o menos acertada, pero que parecían divertirse mucho.



Entonces se le ocurrió la idea que cambiaría su vida: crearía un nuevo juego. Divertido, al que pudiera jugar todo el mundo, y en el que no importase cuanto supieras o no para poder disfrutar. Pero ese juego guardaba dentro de si un sinfín de estrategias y posibilidades para quien supiera verlas, como un secreto dentro de otro.



Y así, consiguió que la gente se acercara a él. Había quien jugaba por placer, había quien jugaba por el afán de mejorar, había, en esencia, muchas razones, quizá tantas como jugadores hay en el mundo. Pero una cosa estaba clara, y es que ese hombre ése inventor del nuevo juego, nunca más volvió a estar sólo.



¿No sabes cómo se creó el ajedrez?, preguntó el niño muy triste.

El padre, desconocedor de la respuesta adecuada se sincera, no, no se como se creo el ajedrez.

El niño, visiblemente aliviado, sonríe: entonces juguemos...













lunes, 10 de octubre de 2011

Blanca melodía

Dicen que lo peor de todo es caer en la rutina. Que la vida se va componiendo de la suma de las pequeñas cosas, y que cuando en estos pequeños momentos dejas de encontrar la dicha de lo cotidiano, la seguridad de lo conocido, es el momento de adentrarse en un nuevo viaje en el camino de la vida, ya que si no, si no avanzas en pos de lo que algunos llaman destino, otros felicidad o simplemente, la finalidad de la vida tal y como fue pensada por extraños dioses, corres el peligro de perderte dentro de ti mismo, atrapado para siempre en el laberinto de los ojalás y las oportunidades perdidas.

Pero lo que nadie sabe, lo que nadie se atreve a decir es que lo más difícil de todo es darse cuenta de que el sendero recorrido hasta el momento ya ha llegado a su fin, tan atrapados estamos en el miedo a lo nuevo.

Y es entonces cuando ocurre lo inesperado, el momento adecuado y las palabras necesarias. Todo lo demás es historia.

 

Como todas las noches ella abrió los ojos lentamente, como si temiera que este nuevo despertar le trajera más desdicha de la que ya traían sus recuerdos. Miró a su lado y pudo comprobar como él todavía seguía durmiendo. Mejor así. Muchas noches había estado velando la duermevela de su marido hasta que el sueño había cerrado sus párpados de manera definitiva. No quería que nadie viera lo que hacía.


Escondido en su armario, desterrado por pertenecer a un reino sin súbditos, el rey destronado observaba...

Todas las noches pasaba lo mismo. Ella aparecía, pálida y serena, acompañando sus suaves pasos de pies descalzos con la ligereza de movimientos que siempre la caracterizaba. Este era el momento que más le gustaba, plateados rayos lunares parecían envolverla en su atenta espera, cabeza erguida, intentando captar lo que desde allí llegaba como un murmullo sordo: la música.

Primero empezaban a afinarse los instrumentos, uno tras otro, mientras ella ensayaba unos pequeños pasos, calentaba lentamente todos los músculos. Después, y tras una corta espera en la que todo se reducía a silencio, empezaban a sonar los primeros acordes y la música inundaba el edificio.

Y lo que hasta ese momento era la triste sala que el centro cultural del barrio dejaba al club de ajedrez (sala de múltiples usos con un gran armario donde guardar los tableros y piezas), se transformaba en la pista de baile de la reina blanca que, solitaria y distante, recorría con acompasados pasos, al son de la música que la orquesta interpretaba.

Le habían llegado rumores de que abajo, en una gran sala, muchos de los humanos se juntaban para tocar extrañas melodías, que llegaban hasta ellos a través de las paredes. Poco le importaba el origen. Lo que quería, y lo que le consolaba a través de los largos días de encierro y olvido, era ella.


Ella bailaba y bailaba, sin importarle más que seguir el ritmo con acompasados piruetas. Atrás quedaban la indiferencia de su marido, consumido por amargas batallas que parecían no tener fin, y que solo la consideraba como una pieza más de su cruel maquinaria bélica. Conseguía olvidar por un momento en lo que se había convertido su vida, para convertirse en pura emoción, en melancólico movimiento


Y así pasaban noche tras noche, y así hubieran seguido si no llega ser por lo inesperado. Una pesadilla turba el sueño del rey blanco, quien asustado se incorpora en la cama. La frente perlada en sudor por la tensión pasada esa noche se arruga en extrañado gesto al ver que ella no está a su lado. Y es entonces cuando la ve. Y cuando siente la cólera que nace desde su interior, oscura bola que parece quemar su estómago, al observar como ella disfruta con algo que él ni siquiera sabía que existía. Intentó levantarse rápidamente pero, como todos sabemos, los reyes no se caracterizan ni por la rapidez ni por la longitud de sus movimientos, acostumbrados a una forzada inactividad a lo largo de su vida. Esa fue su perdición, pues tropezó al intentar salir de la caja y cayó de la mesa al suelo.

Nadie puede caer desde tan alto y no sufrir las consecuencias, ya que la corona que le identificaba como el más alto cargo del bando blanco se desprendió de su cabeza.

Todos sabían lo que aquello significaba. Los símbolos son poderosos y, en ajedrez, más todavía (nadie quiere un rey sin corona o un alfil sin bonete). Ese rey había perdido su poder de manera irreparable. Quedó inerte en el suelo, consciente de lo que había ocurrido. Ni las llamadas de los peones, las súplicas de los alfiles o los intentos desesperados de alguna torre por rescatarle surtieron efecto, o hicieron alguna mella en él.



Y allí se quedó hasta que los jugadores del club llegaron , anónimos testigos de la tragedia que allí se había producido. La pieza rota desapareció en la caja de las piezas, de la que se rescató al perdido rey sin reino, pues ahora era necesaria su presencia.


Lo que pasó a continuación son sólo conjeturas, ya que nadie se atrevió a preguntarle a la nueva pareja. Lo que si se observó, (y en eso el resto de las piezas estuvieron de acuerdo) es que a partir de entonces parecía como si al jugador que le tocasen las blancas siempre parecía tener las ideas más audaces, como si un secreto compañero le fuese inspirando las jugadas, jugadas en las que siempre la reina parecía deslizarse por el tablero, realizando hazañas cada vez más imposibles y hermosas.

Parecía como si el objetivo de las blancas fuera el jugar por jugar, el inventar estrategias cada vez más imprevisibles y audaces.

Podían ganar, podían perder. Pero lo que todas las piezas sabían sin lugar a dudas era que al final del día, cuando todas volvieran a la caja, escucharían una música queda y suave, proveniente de alguna sala perdida del edificio, y que sobre la mesa, fundidos en un largo abrazo, rey y reina bailarían con la pasión y el sentimiento que sólo pueden dar la novedad del amor encontrado y la satisfacción de lo vivido.





martes, 4 de octubre de 2011

Caballo de mar

"El caballo puede ser descrito como el clown, el mal muchacho  o el arma secreta del ajedrez.
El caballo se caracteriza por actuar de un modo completamente diferente a las demás piezas. Por ejemplo, puede realizar lo que no es factible a las demás, es decir, saltar sobre ellas, bien sean piezas del bando propio o del contrario."
El capitán oteaba el mar en busca de horizontes lejanos. Nadie sabía cual era el destino del busque que capitaneaba con mano de hierro, era desconocida la ruta que debía seguir el barco que desde hacía meses navegaba por los mares sin un rumbo o puerto aparente. Los marineros murmuraban a sus espaldas, manipuladores y narradores de extrañas historias, de capitanes que perdieron la cordura y mandaron a sus barcos y tripulaciones a una muerte segura bajo la espuma de las olas. Había quienes murmuraban acerca de un extraño pacto con el diablo, a partir del cual estaba condenado a vagar por los mares a cambio de dios sabe que favores, mientras que otros negaban con la cabeza y apelaban al extraño plan que el señor había imbuido en la cabeza del enajenado capitán.



Pero la historia más extendida era que los escasos restos de cordura que aún conservaba se habían perdido en el fragor de la batalla de aquella guerra que su país nunca terminaba de librar. Navegaban con los cañones preparados, las mechas encendidas y los alfanjes afilados, con las pistolas cargadas y la pólvora puesta a secar al sol tras mojarse en una tormenta ya pasada; pero nunca entraban en combate.



Cada vez que divisaban un navío enemigo, se acercaban para amenazar al enemigo o proteger a un barco amigo, pero nunca entraban directamente en combate, sino que desaparecían con la niebla, realizando extrañas maniobras que el capitán bramaba desde el puente de mando con voz enronquecida.



Pronto este buque comenzó a ganarse la fama de escurridizo, de imprevisible, de algo fuera de lo común. Hasta que llegó el día de la batalla decisiva, a que decidiría el final de la guerra. En el último momento, el buque se acercó a la posición de batalla, pero, en vez de seguir el plan dictado por el almirante, que con voz cascada clamaba órdenes desde su camarote, manual de estrategia naval en mano, decidió saltarse el orden establecido de ataque.

Pasando por delante de naves más ligeras, se lanzó al ataque del enemigo. Pronto logró capturar a varios barcos menores, dejando a su escuadra en una posición de clara ventaja, y que decantó a su favor el final de la contienda. Habían ganado. Esto es lo que pone en todos los libros de historia. Y esta es la narración oficial.



Lo demás es sólo leyenda. Se cuenta, se dice, que la reina nombró caballero a tan bravo capitán, queriendo incluirle en la corte, ya que le consideraba alguien importante dentro de su ejército.

Lo que hizo el capitán, tras recoger su título fue volver a su nave, tras pronunciar estas palabras: Tan sólo soy un marino con algo más de soltura a la hora de manejar mi nave. Dejadme que siga así, diferente a los demás, vuestra arma secreta...

La reina sonrió, mientras veía como se alejaba. O, al menos, eso dicen las historias.