Entonces tocó decidir lo más difícil.

¿Como se moverían através de aquel tablero?


¿Cuales serían los movimientos adecuados?

¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?

¿O hacer que cada uno muestre un movimiento característico, único, que lo defina de manera inequívoca?



jueves, 26 de mayo de 2011

Alfil

Dicen que el paso del sueño a la vigilia es un paso intermedio, un espacio de tiempo en el que todo parece ser posible y nada se asemeja a lo real. Hay quien considera estos momentos como una bendición, ya que por un momento escapan de sus pequeñas miserias, de los recuerdos que hacen que nos hubiera costado el dormir la noche anterior.



Yo creo sin embargo que es una manera refinada de nuestro cerebro, de nuestro subconsciente para torturarnos una vez más y de una manera mucho más refinada con aquello que queremos olvidar. Por un momento el mundo te parece algo habitable, con un sentido que aunque todavía no encontramos, pero que presentimos ahí, cálido y acogedor, como algo ya usado y amoldado a nosotros. Y sin embargo...

Sin embargo la realidad es mucho más dura de lo que hayas podido imaginar, de lo que hayas podido presentir, de lo que hayas intuido de una manera u otra.



Porque el rey había muerto. Sobre eso no cabía ninguna duda. Rogaba que fuera mentira, que todo lo ocurrido hubiera sido tan sólo una pesadilla, pero no, la realidad, los hechos, lo que había pasado continuaba ahí, expectante a un atisbo de atención de mi conciencia para mofarse de mi, de nosotros, de todos. Porque se le había fallado, porque su defensa había fracasado en un vano intento por ser eficaces y él lo había pagado con su vida.



Todo había empezado como siempre. A la vanguardia del ejército blanco siempre suele ir el capitán de la guardia del rey, hostil, desafiante; sabedor de que nuestro capitán iba a hacerle frente, como tantas otras veces. Yo apenas podía ver nada, colocado en la retaguardia como siempre. Sin embargo si que podía ver sus uniformes, negro sobre blanco que se enfrentaban cara a cara. Nunca consideré que la iglesia pudiera ser una pieza clave en el mundo en el que nos movemos, y de hecho, creo que estoy mucho más cómodo de confesor del rey que en el campo de batalla, donde siempre se han reído de mi y de mi manera un tanto extraña de moverme. (Incluso han llegado a mí rumores acusándome de ser una persona ladina, que nunca ataca de frente, pero ese no es el tema). Por eso me extrañó tanto que mi colega y sin embargo enemigo saltase de una manera tan decidida al campo de batalla, colocándose en primera línea, justo al lado (aunque no pegado) a su capitán.

No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Allí estaba con su sotana al viento, decidido a presentar batalla. No sabía como actuar, por lo que animé a un caballero que había a mi lado a que saliera y pusiese las cosas en su sitio, pero éste no me hizo caso. Menos mal que mi compañero (me enorgullezco de tener un compañero que aconseja a la reina, no se dónde estaríamos si ambos no tuviesen un apoyo espiritual tan necesario en estos tiempos difíciles en los que las batallas parecen encadenarse en una guerra sin fin) tuvo más éxito que yo y consiguió convencer otro caballero de que saliese a darles su merecido a esos arrogantes.



Lo que pasó después apenas puedo recordarlo, tan cegado por la estupefacción más profunda como estaba, porque la que empezó atacar y salió de la segura defensa donde debería estar ¡Fue Ella en persona!¡La dama blanca! La indignación apenas me permitía pensar con claridad, pareciéndome esta una situación insostenible, y así se lo hice saber a mis señores que, con suaves palabras intentaron calmarme. Mucho era el barullo que allí había. Incluso hubo algunos soldados que tuvieron la soberbia y la osadía de decir que el rey estaba en peligro. Menos mal que conseguí acallarles, haciendo ver a la corona que con tan leales servidores y con gente que sabía mantenerse en su sitio no tenían nada que temer.

El rey, bondadoso como siempre (cuánto lamento ahora su pérdida) me preguntó cual creía que debía ser el siguiente paso, que yo ya tenía claro en mi cabeza: iría a hablar con mi homólogo enemigo para así, de hermano a hermano, conseguir que esta disputa absurda se acabase, y para que con mi gran capacidad de oratoria y mis buenos y sabios argumentos hacer que cesase en sus intentos por hostigarnos.



Lo que pasó después fue demasiado rápido, demasiado brusco, demasiado inesperado. Apenas había tenido tiempo de remangarme la sotana y echar a correr hasta colocarme frente a mi hermano. Mientras intentaba convencerle de que parase esta lucha sin sentido, Ella, sin ningún pudor y con una fiereza impropia de su condición (quién se iba a esperar que una dama actuase de aquella manera) sacó su daga y acabó con la vida del capitán de mi guardia personal y, no contenta con eso, sedienta de sangre como estaba, se acercó con paso decidido a mi señor que, indefenso, observó como el acero se clavaba en su pecho sin poder hacer nada para huir o defenderse.



Pude ver cómo caía. Pude ver como exhalaba lo que me pareció su último aliento.

Me intento consolar diciéndome que hice todo lo que pude, que nada podría haber cambiado el fatal desenlace, pero nada puede cambiar los hechos:

El ejército negro ha fallado a su rey. Ruego a Dios, que puedan seguir viviendo con ello.


martes, 24 de mayo de 2011

Batalla

La batalla había comenzado. Tiempos difíciles eran aquellos en los que cada poco tiempo empezaban nuevas contiendas. Casi había olvidado el porqué luchaban, la razón de aquella guerra que parecía no tener fin.
Podía pasar mucho tiempo sin que los ecos lejanos de la batalla comenzasen a oírse, pero cuando la mecha estaba encendida...cuando la mecha estaba encendida, no había vuelta atrás, debía decidirse quien era el vencedor y quien el vencido, contabilizar las bajas y lamerse las heridas hasta la próxima lucha.
Porque siempre había otra más, aquello nunca se acababa. Eso lo había  aprendido muy joven, cuando todavía pensaba que los más sabios eran los que ganaban y que en el campo de batalla todo salía bien si te defendías con honor y valentía. Ideales de juventud. Todo el mundo sabía que no siempre las cosas salían como te esperabas, que una decisión equivocada, una duda en el momento crítico, se pagaba caro, muy caro.
Esta vez, como tantas otras, los atacantes habían sido ellos. Y esta vez como tantas otras, lo que se podía haber resuelto como un simple disputa, se convirtió en algo más que eso.
Dos soldados, que hasta ese momento no habían pensado siquiera cruzarse, se encontraron de repente cara a cara, dispuestos a luchar hasta el final. Conocía al nuestro, un muchacho normal. Le había visto crecer, había visto como se había ido convirtiendo en un hombre, desde que era un mocoso que ayudaba en la iglesia como monaguillo hasta que decidió alistarse en el ejército. Mayor fortuna, dicen, para los que pelean por la corona. Mayores posibilidades de morir, es lo que ocurre realmente. Y allí estaba, cara a cara con su enemigo. A él no le conocía, pero podía intuir su historia.  Se le veía un luchador avezado, con mucha experiencia. Casi podía ver su carrera militar, avanzando puestos hasta estar muy cerca de la corona, protegiéndola con su vida. También pude ver que tras un periodo de paz prolongado tenía ganas ya de pelear, por lo que empezó a provocar a nuestro hombre. A los nuestros, siempre me he enorgullecido de ello , no nos arredran los peligros, incluso aunque partamos con alguna desventaja.
Y allí estaban, tanteándose. Siempre he pensado que hay una inteligencia superior guiando nuestros pasos, desarrollando algún oscuro plan que nosotros no somos invitados a conocer. Recé para que eso no llegara a más, pero pronto llegó un compañero del hombre que había retado a mi amigo, éste a caballo y dispuesto a luchar también.
En ese momento vi que no podía permanecer al margen y di un paso al frente. Ese chico no podía enfrentarse solo contra ellos, de modo que puse toda mi experiencia a su servicio. En todas las batallas me habían pedido que formase parte de la guardia de la reina, la luchadora más tenaz y letal de todas las que conozco. Pero ellos no se iban a quedar atrás y otro soldado más avanzó hacia nosotros. Lentamente se acercó al centro del campo, interponiéndose entre el muchacho y su compañero. Él sería quien lucharía.
Una duda empezó a invadirme ¿Porqué le habían llamado para luchar? Se veía que estaba acostumbrado a ser un guerrero de la corte, más acostumbrado a hacer justas para contentar a las damas que a las peleas verdaderas. Se decía que formaba parte de la guardia de la reina, pero más por sus dotes de seducción que por su habilidad en la batalla.
El nerviosismo de todos estaba patente en todos nuestros gestos, nuestros movimientos, nuestras respiraciones. Todo lo que había empezado podía quedarse allí y no seguir a más (muchas veces había rezado por ello, no se a quien, siempre me he sentido abandonado, una pieza prescindible en el gran juego del mundo).
Tanto el hombre a caballo como yo estábamos a la espera, conscientes de que lo que sucedería a continuación dependía de nuestros compañeros. Como ya me esperaba, las palabras se transformaron en gritos, los gritos en ofensas, que dieron lugar a gestos airados,  amenazas...y pronto, a la lucha. Refulgieron las espadas, se sacaron las dagas ocultas y se entrechocaron las miradas.
Uno de ello cayó al suelo. Uniforme blanco contra sangre roja. Mi compañero me miró sorprendido. Dudo mucho que nunca antes hubiera matado a nadie. Una fugaz sonrisa asomó a sus labios para morir inmediatamente al observar como la espada del guerrero a caballo le atravesaba de parte a parte. Fue entonces y sólo entonces al verle caer contar el suelo cuando entendí lo que había pasado. Habían preferido que su compañero muriera para conseguir una ventaja táctica, para poder asegurarse que tenían ventaja en la batalla que sabían se avecinaba. Y la persona elegida para aquel vil plan había sido aquel muchacho. Había matado, sí, pero lo había pagado con su vida.
Un sentimiento extraño invadió todo mi cuerpo. Noté como mis músculos se tensaban, como el aire apenas llegaba a mis pulmones, por mucho que tuviera la respiración acelerada. Observé que mis compañeros sentían lo mismo, que se preparaban a luchar de una manera que hacía mucho no había visto. Pronto, uno de nuestros hombres a caballo tomó posiciones, enfrentándose directamente al que había empezado todo, a aquel responsable de que todo esto empezara. No pude evitar el observar que las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos, por más que éste hiciera todo lo posible por evitarlo. Si bien el soldado muerto pertenecía a la otra iglesia de las dos con las que contábamos, era muy conocido en esos ámbitos, muy cercanos a la caballería de palacio. Puede incluso que fuera él el que le animara a alistarse en el ejército, no lo sé.

Sólo había una certeza en mi cabeza, y es que pasase lo que pase, él sería el que nos capitanearía, el que nos dirigiría en el momento final. Otro de sus hombres a caballo se acercó. Nuestro caballero llamó al soldado de su iglesia. Entonces pude verlo, fui consciente de la estrategia a seguir. Giré la cabeza para ver nuestra colocación y comprendí. Todos formábamos un dragón, con el caballero a la cabeza.
Son muchas las leyendas del dragón usado como táctica militar.  Entre los estrategas hay quien asegura que lleva siempre a la victoria, hay quien, negando con la cabeza, asevera que es solo un mito. Pero nosotros, los que luchamos, los que nos dejamos la piel jugada tras jugada, sabemos cual es la verdad. Que todo depende del ánimo de las piezas, de los soldados, que si realmente creemos en  aquello por lo que luchamos, que si la disposición de ánimo es la correcta, nada puede evitar la derrota del adversario.
Esta vez no íbamos a fallar. Se lo debíamos. Nos lo debíamos.
Jaque.
El rey blanco cae. Jaque mate