Entonces tocó decidir lo más difícil.

¿Como se moverían através de aquel tablero?


¿Cuales serían los movimientos adecuados?

¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?

¿O hacer que cada uno muestre un movimiento característico, único, que lo defina de manera inequívoca?



jueves, 1 de diciembre de 2011

El rey ha muerto

El rey ha muerto.
Que caigan las torres, que se estremezcan sus cimientos, que tiemblen sus almenas.

El rey ha muerto.
Lejos, el caballero, maldice el día en el que tembló su pulso, dudó su espada, tropezó su caballo. Con las manos desnudas cava una tumba.

El rey ha muerto.
Quieto y silencioso, el alfil entona una muda súplica con la esperanza de acallar su dolor. Nadie parece escucharle. Tampoco él lo espera.

El rey ha muerto.
Los peones lloran. No hacen nada por ocultar la pena que les brota de dentro. Lamentan la pérdida de su rey de la única manera que saben hacerlo. Las lágrimas no les permiten ver el tablero.

El rey ha muerto.
Por más veces que lo repita, la frase no parece tener sentido, no puede ser real.El rey ha muerto...La reina no sabe como continuar con su vida.

El rey ha muerto. La pieza abatida enmudece el tablero.
El rey ha muerto. Silencio.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Reina

Supongo que a veces no podemos distinguir la verdad de la mentira, lo anormal de lo cotidiano, la esencia de las pequeñas cosas.


Hay veces en las que no sabemos cuando debemos o cuando queremos parar .

O cuando avanzar.

Intentamos encontrar un patrón, unas líneas bases, unas estrategias que nos indiquen cual es el mejor camino a seguir en nuestra búsqueda de un mundo perfecto.

Sin embargo, no es tan fácil como el buscar una buena táctica, encontrar una u otra estrategia, porque son muchas las variables, muchas las bifurcaciones y demasiados los senderos a recorrer como para intentar conocerlos todos.

Sin embargo hay veces en los que se puede rectificar. Algunas veces.

 
 El rey caminaba lentamente por el tablero. (¿De qué otra manera hacerlo si no?).

Expulsó el aire, sin ser consciente de hasta que punto lo había estado reteniendo hasta ese momento.
La verdad es que estaba cansado. Hastiado de la violencia a la que se enfrentaba cada día, de las estúpidas muertes que se acumulaban, una tras otra, bajo su retina. Sabía, conocía, infinitas formas de morir, demasiadas maneras en que la vida abandonara el cuerpo de manera progresiva.
Y sin embargo...sin embargo la lucha no cesaba, continuaba día tras día, noche tras noche, desgranándose las horas en largos e intrincados combates.

La reina pasó a su lado presurosa, impredecible, siempre con alguna tarea en mente. Y recordó. Recordó los rumores que le habían llegado acerca de ella antes de su boda, Habladurías de un viejo alfil mellado por el tiempo.Habladurías.O al menos eso pensó en su momento.
 
-La historia que narro a continuación puede que sea verdad. O puede que no. Es un rumor, una leyenda que algunos peones ingenuos quieren creer, y que se manifiesta siempre que alguien quiere animar a una pieza que ha sido derrotada. Yo sólo se lo que me contaron.-El rey todavía podía rememorar con todo detalle la apariencia del alfil, grande y majestuoso en otro tiempo, ahora se veía como el paso de los años había resquebrajado su superficie, dándole una patina más que de respetabilidad, cosa que consiguen aquellas piezas hechas de la madera de los héroes, de pobreza. De dejadez.
 
Dicen que hubo una época primitiva del ajedrez, en la que los contendientes eran tan sólo hombres.Las reinas habían decidido quedarse atrás, dejando todo aquello relacionado con la lucha en manos de sus parejas.Éstos, envalentonados por la confianza de la mujer que amaban empezaron a luchar con el ardor que sólo dan las nuevas contiendas, y la convicción de que la pelea era lo justo, lo única manera de defender aquello en lo que creían.

Y dicen también que las peleas eran tan duras, las batallas tan largas y extenuantes, que hubo un momento en que ambos ejércitos quedaron igual de diezmados, con tan solo un escaso puñado de hombres donde antes hubiera tantos. Cada monarca observó a su ejército, consciente de todo lo que habían luchado. Y en ambas cabezas surgió la misma idea: acabarían ellos mismos con la lucha. Atrás quedaron sus apoyos, sus compañeros de batalla y también,¿ por qué no?, (no hay nadie que pueda afirmar lo contrario), sus miedos. Habían emprendido una lucha a muerte.

La pelea se prolongó en el tiempo, hasta que pronto uno de los reyes cayó al suelo.Parecía que la victoria iba ser para su oponente, quien se inclinó para comprobar que realmente estaba muerto. Fue lo último que hizo antes de caer al suelo atravesado por la espada de aquel quien había utilizado su último aliento para matar a quien le había dado muerte.

El silencio suplantó entonces el batir de las espadas.
Y el silencio fue el que se implantó a partir de entonces en el mundo. El silencio de una de las reinas, quien llevó a su marido a la orilla del mar, para enterrarle junto  la espuma de las olas. Y el silencio también de la reina que llevó a su marido a lo más profundo de la selva, allí donde los árboles primitivos se alimentan de la esencia de la tierra.

Fue mucho el tiempo en el que lloraron a sus muertos. No existe ni existirá medida en el mundo capaz de contabilizar las lágrimas vertidas por ambas, lamentando la estupidez de la existencia.
Y no existe tampoco medida alguna de tiempo que deje constancia de lo transcurrido desde entonces.
Lo que si se sabe es que cuando los dioses (seres olvidadizos, que dejan pasar eones entre un interés u otro)se dieron cuenta, una de las reinas había quedado sepultada bajo capas y capas de sal marina, mientras que la otra permanecía bajo las raíces de cientos de árboles ya milenarios.
El ajedrez debe restaurarse, opinaron los dioses. Si, pero bajo nuestras reglas, opinaron las reinas: nuevas reglas y nuevos reyes. Y que todo esto quede en el olvido.


El rey no sabía hasta que punto la historia era verdad o no. Podía pasarse la vida entera junto a ella y no conocer sino una mínima parte de los secretos que escondía. Lo que si sabía es que a veces la había sorprendido con la mirada perdida, los ojos llorosos y un nombre  en los labios que, de eso estaba seguro, no era  el suyo.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Peón

Ni creo en nada, ni busco una explicación a la vida que me ha tocado, solo intento buscar un rumbo en el mar de la vida hacia la lejana isla de la dicha, intentando no naufragar ni quedarme en los escollos de mi pensamiento.



Oscura humanidad que apenas me arropa, esperanzas frustradas en el blanco aliento de la memoria. Pérfido recuerdo que me incita a la duda, negra huella que me arroja a la sombra del pánico, allá donde nadie llega sin volver indemne.
Porque las marcas de los fracasos anteriores nos esperan para clavarnos en el corazón agudos puñales llenos de dudas, porque en el fondo de nuestra derrota, el espejo que nos devuelve la mirada de nosotros mismos un poco más hundidos, un poco más derrotados, nos hiere más que mil espadas de hielo, que mil carbones encendidos. Y es entonces cuándo más nos cuesta levantarnos.Y es entonces cuando dudamos.

Se que es lo que debo hacer, se que es lo que debo sentir, pero mi cuerpo, mi mente, parecen haberlo olvidado...
 Pero no. La vida es acción, la vida es ejecutar y no pensar, los momentos importantes se miden en fracciones de segundo, en millonésimas partes del tiempo que se tarda en planearlas.

Sólo avanzo, no pienso, sólo me desplazo, no medito. Puede que la derrota, que la muerte me esperen a la vuelta de la esquina, pero eso nunca me ha detenido

Me muevo.

1.e4 . Adelante






martes, 18 de octubre de 2011

¿Cómo se creó el ajedrez?

¿Y cómo se creó el ajedrez?, pregunta el niño de mirada inocente.

El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, inventa...

El ajedrez surgió de la lucha de los gigantes de hielo, blancos y translúcidos que, con escarpadas crestas de agua helada a sus espaldas luchan sin descanso contra los hombres de ébano.

Éstos, de negros torsos y pétreos músculos surgieron como por ensalmo de la conjunción entre madera y piedra, ennegrecida por la fortaleza que el fuego les confirió hace ya mucho.

Las peleas entre ambos duraron siglos, quedando la gloria de las batallas ya olvidadas enterradas bajo capas y capas de hielo y rocas. Ahora tan sólo nos queda el recuerdo en forma de pequeñas figuras, que aun recuerdan lo que en su día fueron.


¿Y cómo se creó el ajedrez?, pregunta el niño de nuevo.


El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, sueña...



Sueña con un romance imposible, de la separación de dos amantes que antes siempre estuvieron unidos, pero que ahora, enzarzados en una eterna pelea que nunca parece tener fin pelean sobre algo que ya apenas recuerdan.

Él se convierte en el sol, ella se transforma en la luna, cuerpos estelares en eterna disputa.

Él crea un ejército, tostado y ennegrecido por sus cálidos rayos, se entrenan y pelean bajo la luz solar, ocupando toda la tierra conocida. Cuando el sol se oculta es cuando sale ella.

Ella dispone a sus soldados, que surgieron de la conjunción de las sombras y los rayos lunares. Pálido ejército que se ejercita de noche, y que de nuevo ocupa toda la tierra conocida.


Pero lo que pronto comprenden es que nunca llegarán a enfrentarse (nunca llegarán a coincidir y, si lo hicieran, no tendrían espacio para estar los dos ejércitos a la vez), de modo que se pusieron a pensar y pensar la manera adecuada de hacerlo.

Contactaron con un astrónomo muy sabio de la tierra, experto en cuerpos estelares y problemas del corazón, quien dio con la solución adecuada: todo se trataba de un problema de magnitudes, dijo con voz cascada, de modo que voy a mirar a los dos ejércitos a través de mi telescopio invertido. Ambos ejércitos redujeron su tamaño, hasta convertirse en las piezas que ya conocemos.

Lo que ambos amantes no sabían era el coste de su consulta que habían realizado, y es que debían perder el control de sus ejércitos en manos de anónimos jugadores. Al ver que no podían luchar, se olvidaron sus disputas, concentrándose en gobernar el día y la noche.

Así es como surgió el ajedrez.



¿Pero, cómo se creó el ajedrez?, pregunta inquieto.

El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, narra...



El ajedrez surgió de la mente de un hombre muy muy sabio, quien un día se dio cuenta de que no tenía con quien hablar. La gente le tenía tanto respeto, admiraba tanto sus razonamientos, que no se atrevían a hablar con él por miedo a equivocarse o a quedar en evidencia como las personas más incultas de todo el reino.

El sabio estaba muy triste, ya que cada vez estaba más y más solo. Podía conocer todos los secretos del universo, la verdad indiscutible de las cosas, pero no tenía con quien compartirlas.



Un día, mientras paseaba como siempre, sólo por la ciudad, vio como unos niños jugaban a las batallas en un prado cercano Había dos capitanes que dirigían a sus ejércitos, de manera más o menos acertada, pero que parecían divertirse mucho.



Entonces se le ocurrió la idea que cambiaría su vida: crearía un nuevo juego. Divertido, al que pudiera jugar todo el mundo, y en el que no importase cuanto supieras o no para poder disfrutar. Pero ese juego guardaba dentro de si un sinfín de estrategias y posibilidades para quien supiera verlas, como un secreto dentro de otro.



Y así, consiguió que la gente se acercara a él. Había quien jugaba por placer, había quien jugaba por el afán de mejorar, había, en esencia, muchas razones, quizá tantas como jugadores hay en el mundo. Pero una cosa estaba clara, y es que ese hombre ése inventor del nuevo juego, nunca más volvió a estar sólo.



¿No sabes cómo se creó el ajedrez?, preguntó el niño muy triste.

El padre, desconocedor de la respuesta adecuada se sincera, no, no se como se creo el ajedrez.

El niño, visiblemente aliviado, sonríe: entonces juguemos...













lunes, 10 de octubre de 2011

Blanca melodía

Dicen que lo peor de todo es caer en la rutina. Que la vida se va componiendo de la suma de las pequeñas cosas, y que cuando en estos pequeños momentos dejas de encontrar la dicha de lo cotidiano, la seguridad de lo conocido, es el momento de adentrarse en un nuevo viaje en el camino de la vida, ya que si no, si no avanzas en pos de lo que algunos llaman destino, otros felicidad o simplemente, la finalidad de la vida tal y como fue pensada por extraños dioses, corres el peligro de perderte dentro de ti mismo, atrapado para siempre en el laberinto de los ojalás y las oportunidades perdidas.

Pero lo que nadie sabe, lo que nadie se atreve a decir es que lo más difícil de todo es darse cuenta de que el sendero recorrido hasta el momento ya ha llegado a su fin, tan atrapados estamos en el miedo a lo nuevo.

Y es entonces cuando ocurre lo inesperado, el momento adecuado y las palabras necesarias. Todo lo demás es historia.

 

Como todas las noches ella abrió los ojos lentamente, como si temiera que este nuevo despertar le trajera más desdicha de la que ya traían sus recuerdos. Miró a su lado y pudo comprobar como él todavía seguía durmiendo. Mejor así. Muchas noches había estado velando la duermevela de su marido hasta que el sueño había cerrado sus párpados de manera definitiva. No quería que nadie viera lo que hacía.


Escondido en su armario, desterrado por pertenecer a un reino sin súbditos, el rey destronado observaba...

Todas las noches pasaba lo mismo. Ella aparecía, pálida y serena, acompañando sus suaves pasos de pies descalzos con la ligereza de movimientos que siempre la caracterizaba. Este era el momento que más le gustaba, plateados rayos lunares parecían envolverla en su atenta espera, cabeza erguida, intentando captar lo que desde allí llegaba como un murmullo sordo: la música.

Primero empezaban a afinarse los instrumentos, uno tras otro, mientras ella ensayaba unos pequeños pasos, calentaba lentamente todos los músculos. Después, y tras una corta espera en la que todo se reducía a silencio, empezaban a sonar los primeros acordes y la música inundaba el edificio.

Y lo que hasta ese momento era la triste sala que el centro cultural del barrio dejaba al club de ajedrez (sala de múltiples usos con un gran armario donde guardar los tableros y piezas), se transformaba en la pista de baile de la reina blanca que, solitaria y distante, recorría con acompasados pasos, al son de la música que la orquesta interpretaba.

Le habían llegado rumores de que abajo, en una gran sala, muchos de los humanos se juntaban para tocar extrañas melodías, que llegaban hasta ellos a través de las paredes. Poco le importaba el origen. Lo que quería, y lo que le consolaba a través de los largos días de encierro y olvido, era ella.


Ella bailaba y bailaba, sin importarle más que seguir el ritmo con acompasados piruetas. Atrás quedaban la indiferencia de su marido, consumido por amargas batallas que parecían no tener fin, y que solo la consideraba como una pieza más de su cruel maquinaria bélica. Conseguía olvidar por un momento en lo que se había convertido su vida, para convertirse en pura emoción, en melancólico movimiento


Y así pasaban noche tras noche, y así hubieran seguido si no llega ser por lo inesperado. Una pesadilla turba el sueño del rey blanco, quien asustado se incorpora en la cama. La frente perlada en sudor por la tensión pasada esa noche se arruga en extrañado gesto al ver que ella no está a su lado. Y es entonces cuando la ve. Y cuando siente la cólera que nace desde su interior, oscura bola que parece quemar su estómago, al observar como ella disfruta con algo que él ni siquiera sabía que existía. Intentó levantarse rápidamente pero, como todos sabemos, los reyes no se caracterizan ni por la rapidez ni por la longitud de sus movimientos, acostumbrados a una forzada inactividad a lo largo de su vida. Esa fue su perdición, pues tropezó al intentar salir de la caja y cayó de la mesa al suelo.

Nadie puede caer desde tan alto y no sufrir las consecuencias, ya que la corona que le identificaba como el más alto cargo del bando blanco se desprendió de su cabeza.

Todos sabían lo que aquello significaba. Los símbolos son poderosos y, en ajedrez, más todavía (nadie quiere un rey sin corona o un alfil sin bonete). Ese rey había perdido su poder de manera irreparable. Quedó inerte en el suelo, consciente de lo que había ocurrido. Ni las llamadas de los peones, las súplicas de los alfiles o los intentos desesperados de alguna torre por rescatarle surtieron efecto, o hicieron alguna mella en él.



Y allí se quedó hasta que los jugadores del club llegaron , anónimos testigos de la tragedia que allí se había producido. La pieza rota desapareció en la caja de las piezas, de la que se rescató al perdido rey sin reino, pues ahora era necesaria su presencia.


Lo que pasó a continuación son sólo conjeturas, ya que nadie se atrevió a preguntarle a la nueva pareja. Lo que si se observó, (y en eso el resto de las piezas estuvieron de acuerdo) es que a partir de entonces parecía como si al jugador que le tocasen las blancas siempre parecía tener las ideas más audaces, como si un secreto compañero le fuese inspirando las jugadas, jugadas en las que siempre la reina parecía deslizarse por el tablero, realizando hazañas cada vez más imposibles y hermosas.

Parecía como si el objetivo de las blancas fuera el jugar por jugar, el inventar estrategias cada vez más imprevisibles y audaces.

Podían ganar, podían perder. Pero lo que todas las piezas sabían sin lugar a dudas era que al final del día, cuando todas volvieran a la caja, escucharían una música queda y suave, proveniente de alguna sala perdida del edificio, y que sobre la mesa, fundidos en un largo abrazo, rey y reina bailarían con la pasión y el sentimiento que sólo pueden dar la novedad del amor encontrado y la satisfacción de lo vivido.





martes, 4 de octubre de 2011

Caballo de mar

"El caballo puede ser descrito como el clown, el mal muchacho  o el arma secreta del ajedrez.
El caballo se caracteriza por actuar de un modo completamente diferente a las demás piezas. Por ejemplo, puede realizar lo que no es factible a las demás, es decir, saltar sobre ellas, bien sean piezas del bando propio o del contrario."
El capitán oteaba el mar en busca de horizontes lejanos. Nadie sabía cual era el destino del busque que capitaneaba con mano de hierro, era desconocida la ruta que debía seguir el barco que desde hacía meses navegaba por los mares sin un rumbo o puerto aparente. Los marineros murmuraban a sus espaldas, manipuladores y narradores de extrañas historias, de capitanes que perdieron la cordura y mandaron a sus barcos y tripulaciones a una muerte segura bajo la espuma de las olas. Había quienes murmuraban acerca de un extraño pacto con el diablo, a partir del cual estaba condenado a vagar por los mares a cambio de dios sabe que favores, mientras que otros negaban con la cabeza y apelaban al extraño plan que el señor había imbuido en la cabeza del enajenado capitán.



Pero la historia más extendida era que los escasos restos de cordura que aún conservaba se habían perdido en el fragor de la batalla de aquella guerra que su país nunca terminaba de librar. Navegaban con los cañones preparados, las mechas encendidas y los alfanjes afilados, con las pistolas cargadas y la pólvora puesta a secar al sol tras mojarse en una tormenta ya pasada; pero nunca entraban en combate.



Cada vez que divisaban un navío enemigo, se acercaban para amenazar al enemigo o proteger a un barco amigo, pero nunca entraban directamente en combate, sino que desaparecían con la niebla, realizando extrañas maniobras que el capitán bramaba desde el puente de mando con voz enronquecida.



Pronto este buque comenzó a ganarse la fama de escurridizo, de imprevisible, de algo fuera de lo común. Hasta que llegó el día de la batalla decisiva, a que decidiría el final de la guerra. En el último momento, el buque se acercó a la posición de batalla, pero, en vez de seguir el plan dictado por el almirante, que con voz cascada clamaba órdenes desde su camarote, manual de estrategia naval en mano, decidió saltarse el orden establecido de ataque.

Pasando por delante de naves más ligeras, se lanzó al ataque del enemigo. Pronto logró capturar a varios barcos menores, dejando a su escuadra en una posición de clara ventaja, y que decantó a su favor el final de la contienda. Habían ganado. Esto es lo que pone en todos los libros de historia. Y esta es la narración oficial.



Lo demás es sólo leyenda. Se cuenta, se dice, que la reina nombró caballero a tan bravo capitán, queriendo incluirle en la corte, ya que le consideraba alguien importante dentro de su ejército.

Lo que hizo el capitán, tras recoger su título fue volver a su nave, tras pronunciar estas palabras: Tan sólo soy un marino con algo más de soltura a la hora de manejar mi nave. Dejadme que siga así, diferente a los demás, vuestra arma secreta...

La reina sonrió, mientras veía como se alejaba. O, al menos, eso dicen las historias.



miércoles, 21 de septiembre de 2011

Carta de amor

Supongo que nadie podrá encontrar esta carta, que lo aquí escrito quedará oculto para siempre bajo los escombros de lo que fui algún día, ya muy lejano en el tiempo y en la memoria.

Nunca podrás leer estas líneas, mi amor, porque nunca llegarán a tus dulces manos, ni tus ojos, que tantas veces he admirado desde la lejanía que supone mi posición , jamás se posarán sobre el papel en el que transcribo todo lo que te quise decir y nunca te dije.

Porque te quiero. Es una declaración sencilla que nunca salió de mis labios, y es, una explicación, también sencilla, a todo lo que se ha desarrollado entre nosotros.

Nunca pudimos estar juntos, cada uno en un lado del tablero, defendiendo las escarpadas torres de nuestro territorio. Simples peones en el juego de la vida que nunca llegan a conocerse del todo. Una palabra aquí, un roce allá apenas con la punta de los dedos.

Avanzamos sin descanso en nuestra historia, dejando atrás todo lo malo, buscando la esencia de nuestros sueños. Tu siempre soñaste con ser alguien importante, con que tu talento fuera reconocido. Yo solo soñaba con que fueras feliz.

Hoy es el momento, éste el lugar y ésta la jugada. Si yo me sacrifico, tu podrás avanzar sin peligro hasta la última casilla y convertirte en la reina del tablero, (aunque en mi corazón, ya lo hayas sido durante todo este tiempo.)

Como te decía, nunca sabrás porqué me inmolo, ya que mi cuerpo, mi alma y mi vida desaparecen en el limbo de las piezas muertas, oscura incógnita de lo que nos acontece a los perdedores.

Pero tú podrás coronarte, tú podrás ganar la partida. Con eso me vale, con eso me conformo, con eso puedo morir en paz.

Vive por los dos, sueña por los dos y pon un final feliz a nuestra historia.

Solo quería que lo supieras, mi reina, aunque nunca llegues a leer estas líneas.























lunes, 19 de septiembre de 2011

Rey

Una nueva batalla tenía lugar, en la interminable guerra blanquinegra. En lo alto de una de las torres negras, el rey enrocado observaba...



Perdida en el horizonte, la mirada ausente vagaba por los campos de batalla donde las vidas de tantos se habían perdido. Como otras veces, se preguntó que sentido tenía todo, el porqué de tanta lucha. Todos habían luchado, peleado y muerto en su nombre, para que a él no le pasase nada. ¿Merecían la pena tantas vidas a cambo de la suya propia?¿Era él un ser por el que mereciera la pena luchar y morir? Esa idea penetró en su mente; pequeño intruso que va sembrando la duda.


Pudiera ser que fuera la personificación de una idea, el contenido de todos los sueños, anhelos y esperanzas de aquellos que luchaban. Observó a los peones, avanzando sin descanso hacia lo que era probable que fuera una muerte segura, engañados por la promesa de que si llegabas al final del tablero podías convertirte en lo que quisieras ( lo que nadie les contaba, es que eran muy pocos los que lo conseguían en proporción a todos los que perecían por el camino).


Los caballos, sin embargo, vagaban erráticamente por el tablero, caracoleando e intentando demostrar que estaban por encima de la chusma de los peones, pero sin ningún resultado aparente. Vio como los alfiles intentaban pillar a los otros por sorpresa, con sus taimados movimientos. Siempre recurrían al camino más largo para llegar a su objetivo.


Y vio a su mujer, moverse sin descanso de un lado a otro, animando, apoyando, luchando, alentando a todos...


Todos luchaban, se apoyaban y defendían entre ellos, protegiéndose de posibles amenazas del enemigo, bailando un secreto baile que, de tantas veces ensayado, no hacía falta explicitar. Eso era lo que habían echo siempre y eso es lo que seguirían haciendo, estuviera quien estuviera en el trono.


De repente, se sintió muy pequeño, allá en su torre, muy vulnerable y débil y, sobre todo , muy solo.


Muchos podían haber luchado en su nombre, pero ninguno por su persona. Solo hay otro que siente lo mismo que yo, pensó. El problema es que es mi peor enemigo.


Le llegaron noticias de que el rey blanco había sido derrotado. Nunca una victoria le había parecido tan amarga.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Cuento blanquinegro

El camino de baldosas blanquinegras se extendía hasta el infinito, serpenteando a través de las montañas de sal que se veían a lo lejos. El cielo, negro y cuajado de estrellas enmarcaba a la luna, que llena y oronda, parecía preñada de blancas promesas.




La niña caminaba con paso tranquilo, capa negra sobre un vestido blanco, y la capucha en su cabeza enmarcaba un rostro pálido, que oteaba el horizonte en busca de una meta que cada vez parecía más inalcanzable.



Deberás recorrer ocho veces los ocho caminos que conducen a tu destino, gastarás ocho pares de zapatillas de satén blanco y deberás comer ocho hogazas de pan negro. Y entonces, cuando todo este camino ya esté recorrido, deberás hablar en ocho lenguas diferentes para poder atravesar a los ocho guardianes de la puerta. La bruja blanca le había hecho esta predicción mientras miraba en su bola cristal negro.



Lo que la bruja blanca no le había dicho era que debía tener cuidado por el camino. El caballero negro, que atemorizaba a la comarca solía pasar por esa zona. Ella lo sabía, y por ello había hablado con el bufón de la corte, quien le habló de ese atajo por el que llegaría antes a su destino.

Se despidió de ella con un movimiento de su gorro de cascabeles, blanco y negro, negro y blanco, que dejó ver su falsa sonrisa de lobo, pues había mandado a la inocente niña de capucha negra por el camino más largo. Intentó llegar antes al destino por el atajo, pero pereció en una de las torres que debía escalar, de blancas paredes y pálidos espectros, que arroparon con dulzura su cuerpo sin vida.



Y así, desconocedora de todo peligro siguió avanzando a través de las negras llanuras, hasta que llegó a una negra casa, donde una oscura reina disfrazada de bruja intentó ofrecerle una manzana envenenada, celosa por la textura de su piel y el color de sus mejillas. Con lo que la bruja negra no contaba era con los dos niños que ya estaban en su casa, que en un descuido la metieron en el horno de su casa de jengibre. Los dos, hermanos y hermana, y de cabezas tan rubias que parecían coronadas de nieve, despidieron a nuestra protagonista, tirando la manzana al pozo sin fondo que había detrás de la casa, acogiendo así la oscuridad el envenenado regalo.

Hasta que por fin, el camino pareció terminar. Encontró a los ocho guardianes, y dejó caer al suelo las ocho gastadas zapatillas que había usado. Se sacudió del vestido las migas de las ocho hogazas consumidas por el camino, para después subir descalza los ocho escalones negros de la oscura torre que constituía su destino. Dijo entonces lo que tenía que decir en las ocho lenguas: Échec, Schach, Siach, Check, Schack, Xeque, Sakk y por último, jaque.

El rey negro, de gesto cansado, elevó su oscuro semblante de mirada sombría.

- ¿Eres tú mi Nemesis? ¿Eres tu mi oscura muerte?

- Yo sólo he allanado el camino, dijo la niña, su blanca sonrisa destacando en la oscuridad de la habitación.



La bruja blanca, apareció de repente, poderosa sobre su blanca escoba. Yo te daré la muerte, dijo soplando en su mano, y haciendo que miles de copos de nieve salieran despedidos. Tormenta blanca que abatió al monarca negro. Fin de la historia



Jaque mate, dijo la reina de las nieves. Pero esta vez, nadie fue feliz por siempre jamás. Quizás en otro cuento.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Sueño

Las piezas dormían. Una posición suspendida en el tiempo, a la espera de que se desentrañase el problema.



Dos pares de ojos observaban el tablero. Uno de ellos miraba, estaba aprendiendo; otro de ellos observaba, estaba enseñando.



- ¿Alguna vez has visto a alguien dormir? Le preguntó el maestro al aprendiz que apenas se iniciaba en el juego de reyes.


Es como si de una manera u otra, todas las barreras que pudieran existir de manera consciente desaparecieran. Te conviertes en alguien vulnerable, que respiración tras respiración, va dejando escapar al aire todas sus dudas, sus problemas, sus sueños...



- Yo sólo vería a alguien que duerme, objetó el aprendiz..

- Y sin embargo está todo ahí, lo que pasa es que no sabes verlo. Una vez me contaron una vieja historia. Decía que en el ajedrez, las piezas en un principio tenían vida propia, que se podían desplazar por el tablero a su antojo, peleando unas contra otras, desarrollando largas batallas sin fin, que no se detenían hasta que uno de los ejércitos perdía, hasta que uno de los reyes era acorralado y derribado.


Los ojos del maestro parecían perdidos en un tiempo lejano. Parecían buscar imágenes ya extintas, improntas de su retina que nunca volverían, pero que se resistían a desaparecer


- ¿Y que diferencia hay con el ajedrez actual?


- La diferencia, mi querido niño, reside en las relaciones. No te puedes pelear una y otra vez con otro sin llegar a conocer muy bien a tu adversario. Tras muchas batallas surge el respeto mutuo, tras el respeto va una cierta camaradería, y tras la camaradería, una amistad que si bien nunca va a desarrollarse del todo, siempre permite tomarse algo después de la partida y comentar las mejores jugadas con una sonrisa en los labios.


- ¿Y que fue lo que pasó?


- Lo que siempre ocurre. Si bien las piezas empezaron a conocerse y a respetarse, los jugadores cada vez estaban más distanciados y enfrentados, ocupados como estaban en absurdas estrategias, estudiando tácticas y posiciones sin detenerse a pensar en lo que en un principio les había hecho empezar a jugar.


- ¿Y que era eso?
 - ¿Qué te ha hecho empezar a jugar?


El aprendiz reflexionó unos instantes.


- Lo que me gusta del ajedrez es que me divierto,



- Exactamente; el maestro asintió complacido.  La tragedia es que  nunca llegaron a recordarlo.

- ¿Y las piezas?

- Cada vez fueron absorbiendo más y más de los que las manejaban. Poco a poco las partidas fueron más y más largas, porque todos analizaban una y otra vez todos los movimientos, todas las posibles variantes, todos los mates y aperturas. Hasta que al final todas las piezas dejaron de moverse, habían perdido toda la espontaneidad que les caracterizaba.


Y ya sabemos lo que pasa cuando siempre estas en una posición inamovible, que cada vez te cuesta más aceptar otros puntos de vista.


Las piezas dejaron de relacionarse. Para que la competición continuase ellas se habían detenido. Ahora están como dormidas, suspendidas en el tiempo, esperando que alguien las saque de su letargo. ¿Ves ahora?


- Sí, ahora veo.


- Entonces juega.


Una lágrima cayó, lenta y pausada a través de toda la superficie de la pieza, hasta formar un pequeño charco en el suelo blanquinegro sobre el que descansaba.




miércoles, 29 de junio de 2011

Olvido

Todos aguardaban expectantes. El próximo movimiento podría ser decisivo. Pero éste no llegaba.

X contra Y; una partida a la antigua usanza, esperando los movimientos de tu oponente encerrados en un sobre (el ordenador, los correos electrónicos, carecían del romanticismo de la espera, sagrado deleite del tiempo dilatado).

Todos sabían que la espera podía ser de semanas, incluso de meses (el lugar estaba alejado y el correo llegaba lento, muy lento) Sin embargo, incluso para una partida por correspondencia la demora estaba siendo excesiva.

Todas se miraron en el tablero (único escenario de la tragedia que se estaba jugando), inquietas, en busca una explicación a aquel retraso en los rostros de los otros, pero lo único que veían reflejado, era su propio desconcierto, una y otra vez; en cada cara, gesto o expresión.

Algunas piezas, amenazadas durante todo este tiempo, suplicaban el poner fin a su tormento, la desaparición de la incertidumbre acerca de su destino. Era muy posible que murieran, pero querían saberlo ya.

La reina negra observaba impotente como la dama blanca cercaba a su marido en un baile quizá letal, pero se veía avocada a una  forzada inactividad de la que no podía escapar, maldiciendo al destino entre dientes.

Incluso las piezas que ya habían abandonado este mundo y compartían suerte con compañeras de otras razas y credos en el limbo de la caja, añoraban días de luz y sol, segundas, terceras o infinitas oportunidades de demostrar que esta vez sí, que ahora vencerían.

Sin embargo, pocos se esperaban lo que pasó a continuación, la terrible noticia, el mazazo que les cayó encima como un jarro de agua fría apagando la trémula llama de sus ilusiones: el corresponsal, el oponente, había muerto. Fin de la partida, volvían todos a la caja.

Y fin de la historia, pensarán muchos. Pero lo que no pueden saber es que que las piezas pueden retener algo de lo jugado, que el recuerdo evocado puede surgir en el momento más inesperado...

Y de lo que tampoco se dan cuenta es de que algunas piezas parecen encogerse al sentirse amenazadas, afanándose el resto de sus compañeras por rescatarlas; que la caja tiende siempre a volcarse para que las prisioneras puedan ver la luz y , quizá tampoco se den cuenta como, de una manera quizá imperceptible la reina negra se vuelve más resolutiva y letal conforme la dama blanca hace su aparición en el campo de batalla.

No puede ser, te dirás, las piezas no recuerdan. Es verdad, no recuerdan. Pero tampoco olvidan.

martes, 28 de junio de 2011

Torre


Y es que todo en esencia se reducía a eso, a sobrevivir matando, a aguantar, a soportar la muerte de los que te rodean, a intuir la tuya próxima, quizá en la siguiente jugada, y aun así, continuar luchando, continuar avanzando través de un campo blanquinegro, donde la muerte y la vida aguardaban detrás de cada escaque.



Todas las piezas son conscientes de eso, de que cada partida, cada jugada es irrepetible, que las oportunidades perdidas nunca vuelven y , sobre todo, que nunca hay vuelta atrás. Y todas podían sentirlo, algunas más que otras, desde los perceptivos peones, quizá por estar más a ras de tierra, quizá por jugarse siempre más en todas las batallas (siempre eran de los primeros en morir) hasta los inalcanzables reyes que asistían, impotentes a todas las luchas que se daban en su defensa. Matar o morir. No había más opciones.



Pero más allá de todas las luchas, más allá de las tácticas y estrategias, todos sabían que existe algo más, una sensación, una presencia, una emoción que emana de todo lo jugado.



Era sentida, intuida por todos. Algo hay siempre en el aire, comentaban los caballeros, algo que impregna todo lo que hacemos. El aliento divino, decían los alfiles, la llamada de la sangre , comentaban los peones, nuestro real destino, comentaba la reina afilando su daga, la mirada vidriosa a través de la ventana.



Todos acertaban y , a la vez, todos erraban en sus suposiciones.

Hay una pieza que nunca opinaba, que pocas veces era tenida en cuenta hasta muy avanzada la partida. Sólida, estoica, aguantaba en los límites del tablero acotando a los ejércitos de ambos bandos. Nadie sabe a ciencia cierta su origen. Nadie sabe como ni porqué se mueve.



Pero hay una leyenda, un rumor, una historia transmitida con voz queda, por piezas gastadas, de bordes redondeados y suaves por el uso, Stauton clásicas, de las de antes.

Cuentan que en la primera partida de ajedrez del mundo, aquella partida legendaria de la que ya no quedan crónicas, las torres surgieron como meras edificaciones defensivas, construidas por el deseo de ambos ejércitos de protegerse por sus flancos.

Blancas y negras edificaciones con una pequeña sala en su interior y que de poco parecían servir.



Pero servían. La noche anterior a esta primera batalla, el rey, agobiado por la responsabilidad de que todos se luchasen para proteger su vida, acudió a este pequeño lugar a meditar, dicen unos, a rezar, opinan otros (las versiones varían según la pieza que narre la historia).



La partida dio comienzo; el ajedrez daba sus primeros pasos, creaba sus primeras jugadas.



Los reyes estaban inquietos, todo iba demasiado rápido. Uno de ellos observó la torre con aire suplicante. La torre, una edificación, no pudo responder, pero hay peones que aseguran que el aire cambió, que hubo una pequeña variación en su textura (todos saben que los peones son más crédulos, con menor cultura. Los alfiles nunca dan crédito a esta parte de la historia).



En todo caso, lo que pasó a continuación, no da lugar a versiones: la torre empezó a moverse. Muy lentamente al principio, pero después más rápidamente hacia el rey, obligándole a girar y a colocarse en una posición más segura. El monarca se colocó, so pena de morir aplastado, observando con alivio como ahora estaba más protegido. El primer enroque de la historia había sido creado.



Pero hay más, aseguran todos. Cuentan que en esa primera noche, hubo muchos peones que también fueron a esa pequeña sala, asustados por su primera pelea, que los que se quedaron allí toda la noche velando sus armas se convirtieron en caballeros a la mañana siguiente. Dicen también que algún que otro alfil estuvo por allí, animando y apoyando a las piezas asustadas, mientras la reina, aterrada por la gran responsabilidad que tenía a partir de ahora abrazaba a su marido dándole el consuelo que ella misma no encontraba.



Y dicen también que todo lo bueno de aquellas piezas quedó impregnado en las paredes de esa pequeña habitación, haciendo que esa edificación sin vida se moviera para ayudar a un rey en apuros, o por los azares de la partida, a una posición u otra del tablero. Pero siempre en línea recta, siempre de frente.

Se puede jugar un buen o un mal ajedrez; pero todas las piezas saben que la esencia de lo que son quedó en aquella habitación. Ahora deben convivir con ello.







jueves, 9 de junio de 2011

Reunión

La decisión estaba tomada. El campo de batalla sería una sucesión de cuadros blancos y negros, a juego con nuestros colores, se aventuró a decir la reina blanca con gran emoción.

Pero entonces tocó decidir lo más difícil ¿Cómo se moverían a través de aquel tablero tan bien elegido?¿Cuáles serían los movimientos adecuados?¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?¿O hacer que cada una muestre un movimiento característico, único que lo defina de una manera inequívoca?.
Las opiniones eran encontradas. Algunos peones estaban de acuerdo con que si ellos eran los que iban a estar en primera línea debían ser los que hicieran los ataques más mortíferos y ser capaces de moverse por todo el tablero. El rey blanco, por el contrario opinaba que los que deberían hacer los grandes movimientos fueran los caballeros, ya que para eso corría por sus venas la sangre noble. El alfil negro, sin embargo, peroraba acerca de la necesidad de enfrentarse unos a otros, ¿Acaso no éramos todos iguales en manos del destino? Pero nadie le hacía caso.
Probaron a colocarse en la posición de batalla. En un primer momento los reyes se pusieron delante de sus ejércitos, pero pronto se vio que si el objetivo iba a ser matar a ambos monarcas no podían estar tan expuestos. El rey blanco se fue pomposamente, dejando caer su espada con evidente asco. El rey negro, dando grandes muestras de alivio, aconsejó a un peón que se abrigara más, no fuera a pillar un resfriado, mientras le daba su espada.
Evidentemente, toda la corte no se quiso alejar de su monarca, por lo que acudieron junto a ellos a la fila trasera. Los peones, resignados a ser carne de cañón, eligieron hacer movimientos pequeños, estratégicos y no lanzarse de cabeza a las filas enemigas.
Llegó entonces el momento de decidir los movimientos de todos los de la corte. Los caballeros estaban ansiosos por estar en el campo de batalla, indignados por saberse obligados a estar siempre detrás de la infantería. Una afrenta a nuestro honor, decían unos, un insulto a nuestra capacidad como guerreros, opinaban otros. De modo que se decidió el que pudiesen saltar por encima del resto y presentar batalla allá cuando considerasen necesario, en pro de defender a la corona que habían jurado proteger con su vida.
Los alfiles, acostumbrados a las intrigas de la corte y a salirse siempre por la tangente, decidieron moverse de manera oblicua, cada uno por un color del tablero (así abarcaremos más, dijeron). Las torres, sin embargo, atentas a su estricto código, decidieron avanzar siempre en línea recta.
Quedaban pues, por decidir, los movimientos del rey y de la reina. Los cuatro se juntaron en una esquina del tablero y se pusieron a dilucidar cuales serían los adecuados. El resto intentaban escuchar que se estaba debatiendo, avanzando casilla a casilla, los pies de puntillas en el borde del tablero, pero sólo llegaron a sus oídos apagados susurros de la conversación.
Después de unos momentos que a todos se les antojaron eternos a la mayoría ambas parejas de reyes se acercaron al centro del tablero, donde todos estaban esperando.

El rey blanco explicó cuales serían sus movimientos, para que después la reina negra explicase los suyos.
Los alfiles expresaron enseguida su indignación; mientras los caballos y los peones empezaron a murmurar entre ellos. Eso significaba que las reinas se encontrarían en pleno campo de batalla, mientras los reyes se encontrarían en la retaguardia.

Ellos se miraron con resignación, ellas, sin embargo encontraron en el rostro de la otra el desafío que sus propias facciones delataban.

Todos comprendieron.
El juego comenzaba.

jueves, 26 de mayo de 2011

Alfil

Dicen que el paso del sueño a la vigilia es un paso intermedio, un espacio de tiempo en el que todo parece ser posible y nada se asemeja a lo real. Hay quien considera estos momentos como una bendición, ya que por un momento escapan de sus pequeñas miserias, de los recuerdos que hacen que nos hubiera costado el dormir la noche anterior.



Yo creo sin embargo que es una manera refinada de nuestro cerebro, de nuestro subconsciente para torturarnos una vez más y de una manera mucho más refinada con aquello que queremos olvidar. Por un momento el mundo te parece algo habitable, con un sentido que aunque todavía no encontramos, pero que presentimos ahí, cálido y acogedor, como algo ya usado y amoldado a nosotros. Y sin embargo...

Sin embargo la realidad es mucho más dura de lo que hayas podido imaginar, de lo que hayas podido presentir, de lo que hayas intuido de una manera u otra.



Porque el rey había muerto. Sobre eso no cabía ninguna duda. Rogaba que fuera mentira, que todo lo ocurrido hubiera sido tan sólo una pesadilla, pero no, la realidad, los hechos, lo que había pasado continuaba ahí, expectante a un atisbo de atención de mi conciencia para mofarse de mi, de nosotros, de todos. Porque se le había fallado, porque su defensa había fracasado en un vano intento por ser eficaces y él lo había pagado con su vida.



Todo había empezado como siempre. A la vanguardia del ejército blanco siempre suele ir el capitán de la guardia del rey, hostil, desafiante; sabedor de que nuestro capitán iba a hacerle frente, como tantas otras veces. Yo apenas podía ver nada, colocado en la retaguardia como siempre. Sin embargo si que podía ver sus uniformes, negro sobre blanco que se enfrentaban cara a cara. Nunca consideré que la iglesia pudiera ser una pieza clave en el mundo en el que nos movemos, y de hecho, creo que estoy mucho más cómodo de confesor del rey que en el campo de batalla, donde siempre se han reído de mi y de mi manera un tanto extraña de moverme. (Incluso han llegado a mí rumores acusándome de ser una persona ladina, que nunca ataca de frente, pero ese no es el tema). Por eso me extrañó tanto que mi colega y sin embargo enemigo saltase de una manera tan decidida al campo de batalla, colocándose en primera línea, justo al lado (aunque no pegado) a su capitán.

No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Allí estaba con su sotana al viento, decidido a presentar batalla. No sabía como actuar, por lo que animé a un caballero que había a mi lado a que saliera y pusiese las cosas en su sitio, pero éste no me hizo caso. Menos mal que mi compañero (me enorgullezco de tener un compañero que aconseja a la reina, no se dónde estaríamos si ambos no tuviesen un apoyo espiritual tan necesario en estos tiempos difíciles en los que las batallas parecen encadenarse en una guerra sin fin) tuvo más éxito que yo y consiguió convencer otro caballero de que saliese a darles su merecido a esos arrogantes.



Lo que pasó después apenas puedo recordarlo, tan cegado por la estupefacción más profunda como estaba, porque la que empezó atacar y salió de la segura defensa donde debería estar ¡Fue Ella en persona!¡La dama blanca! La indignación apenas me permitía pensar con claridad, pareciéndome esta una situación insostenible, y así se lo hice saber a mis señores que, con suaves palabras intentaron calmarme. Mucho era el barullo que allí había. Incluso hubo algunos soldados que tuvieron la soberbia y la osadía de decir que el rey estaba en peligro. Menos mal que conseguí acallarles, haciendo ver a la corona que con tan leales servidores y con gente que sabía mantenerse en su sitio no tenían nada que temer.

El rey, bondadoso como siempre (cuánto lamento ahora su pérdida) me preguntó cual creía que debía ser el siguiente paso, que yo ya tenía claro en mi cabeza: iría a hablar con mi homólogo enemigo para así, de hermano a hermano, conseguir que esta disputa absurda se acabase, y para que con mi gran capacidad de oratoria y mis buenos y sabios argumentos hacer que cesase en sus intentos por hostigarnos.



Lo que pasó después fue demasiado rápido, demasiado brusco, demasiado inesperado. Apenas había tenido tiempo de remangarme la sotana y echar a correr hasta colocarme frente a mi hermano. Mientras intentaba convencerle de que parase esta lucha sin sentido, Ella, sin ningún pudor y con una fiereza impropia de su condición (quién se iba a esperar que una dama actuase de aquella manera) sacó su daga y acabó con la vida del capitán de mi guardia personal y, no contenta con eso, sedienta de sangre como estaba, se acercó con paso decidido a mi señor que, indefenso, observó como el acero se clavaba en su pecho sin poder hacer nada para huir o defenderse.



Pude ver cómo caía. Pude ver como exhalaba lo que me pareció su último aliento.

Me intento consolar diciéndome que hice todo lo que pude, que nada podría haber cambiado el fatal desenlace, pero nada puede cambiar los hechos:

El ejército negro ha fallado a su rey. Ruego a Dios, que puedan seguir viviendo con ello.


martes, 24 de mayo de 2011

Batalla

La batalla había comenzado. Tiempos difíciles eran aquellos en los que cada poco tiempo empezaban nuevas contiendas. Casi había olvidado el porqué luchaban, la razón de aquella guerra que parecía no tener fin.
Podía pasar mucho tiempo sin que los ecos lejanos de la batalla comenzasen a oírse, pero cuando la mecha estaba encendida...cuando la mecha estaba encendida, no había vuelta atrás, debía decidirse quien era el vencedor y quien el vencido, contabilizar las bajas y lamerse las heridas hasta la próxima lucha.
Porque siempre había otra más, aquello nunca se acababa. Eso lo había  aprendido muy joven, cuando todavía pensaba que los más sabios eran los que ganaban y que en el campo de batalla todo salía bien si te defendías con honor y valentía. Ideales de juventud. Todo el mundo sabía que no siempre las cosas salían como te esperabas, que una decisión equivocada, una duda en el momento crítico, se pagaba caro, muy caro.
Esta vez, como tantas otras, los atacantes habían sido ellos. Y esta vez como tantas otras, lo que se podía haber resuelto como un simple disputa, se convirtió en algo más que eso.
Dos soldados, que hasta ese momento no habían pensado siquiera cruzarse, se encontraron de repente cara a cara, dispuestos a luchar hasta el final. Conocía al nuestro, un muchacho normal. Le había visto crecer, había visto como se había ido convirtiendo en un hombre, desde que era un mocoso que ayudaba en la iglesia como monaguillo hasta que decidió alistarse en el ejército. Mayor fortuna, dicen, para los que pelean por la corona. Mayores posibilidades de morir, es lo que ocurre realmente. Y allí estaba, cara a cara con su enemigo. A él no le conocía, pero podía intuir su historia.  Se le veía un luchador avezado, con mucha experiencia. Casi podía ver su carrera militar, avanzando puestos hasta estar muy cerca de la corona, protegiéndola con su vida. También pude ver que tras un periodo de paz prolongado tenía ganas ya de pelear, por lo que empezó a provocar a nuestro hombre. A los nuestros, siempre me he enorgullecido de ello , no nos arredran los peligros, incluso aunque partamos con alguna desventaja.
Y allí estaban, tanteándose. Siempre he pensado que hay una inteligencia superior guiando nuestros pasos, desarrollando algún oscuro plan que nosotros no somos invitados a conocer. Recé para que eso no llegara a más, pero pronto llegó un compañero del hombre que había retado a mi amigo, éste a caballo y dispuesto a luchar también.
En ese momento vi que no podía permanecer al margen y di un paso al frente. Ese chico no podía enfrentarse solo contra ellos, de modo que puse toda mi experiencia a su servicio. En todas las batallas me habían pedido que formase parte de la guardia de la reina, la luchadora más tenaz y letal de todas las que conozco. Pero ellos no se iban a quedar atrás y otro soldado más avanzó hacia nosotros. Lentamente se acercó al centro del campo, interponiéndose entre el muchacho y su compañero. Él sería quien lucharía.
Una duda empezó a invadirme ¿Porqué le habían llamado para luchar? Se veía que estaba acostumbrado a ser un guerrero de la corte, más acostumbrado a hacer justas para contentar a las damas que a las peleas verdaderas. Se decía que formaba parte de la guardia de la reina, pero más por sus dotes de seducción que por su habilidad en la batalla.
El nerviosismo de todos estaba patente en todos nuestros gestos, nuestros movimientos, nuestras respiraciones. Todo lo que había empezado podía quedarse allí y no seguir a más (muchas veces había rezado por ello, no se a quien, siempre me he sentido abandonado, una pieza prescindible en el gran juego del mundo).
Tanto el hombre a caballo como yo estábamos a la espera, conscientes de que lo que sucedería a continuación dependía de nuestros compañeros. Como ya me esperaba, las palabras se transformaron en gritos, los gritos en ofensas, que dieron lugar a gestos airados,  amenazas...y pronto, a la lucha. Refulgieron las espadas, se sacaron las dagas ocultas y se entrechocaron las miradas.
Uno de ello cayó al suelo. Uniforme blanco contra sangre roja. Mi compañero me miró sorprendido. Dudo mucho que nunca antes hubiera matado a nadie. Una fugaz sonrisa asomó a sus labios para morir inmediatamente al observar como la espada del guerrero a caballo le atravesaba de parte a parte. Fue entonces y sólo entonces al verle caer contar el suelo cuando entendí lo que había pasado. Habían preferido que su compañero muriera para conseguir una ventaja táctica, para poder asegurarse que tenían ventaja en la batalla que sabían se avecinaba. Y la persona elegida para aquel vil plan había sido aquel muchacho. Había matado, sí, pero lo había pagado con su vida.
Un sentimiento extraño invadió todo mi cuerpo. Noté como mis músculos se tensaban, como el aire apenas llegaba a mis pulmones, por mucho que tuviera la respiración acelerada. Observé que mis compañeros sentían lo mismo, que se preparaban a luchar de una manera que hacía mucho no había visto. Pronto, uno de nuestros hombres a caballo tomó posiciones, enfrentándose directamente al que había empezado todo, a aquel responsable de que todo esto empezara. No pude evitar el observar que las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos, por más que éste hiciera todo lo posible por evitarlo. Si bien el soldado muerto pertenecía a la otra iglesia de las dos con las que contábamos, era muy conocido en esos ámbitos, muy cercanos a la caballería de palacio. Puede incluso que fuera él el que le animara a alistarse en el ejército, no lo sé.

Sólo había una certeza en mi cabeza, y es que pasase lo que pase, él sería el que nos capitanearía, el que nos dirigiría en el momento final. Otro de sus hombres a caballo se acercó. Nuestro caballero llamó al soldado de su iglesia. Entonces pude verlo, fui consciente de la estrategia a seguir. Giré la cabeza para ver nuestra colocación y comprendí. Todos formábamos un dragón, con el caballero a la cabeza.
Son muchas las leyendas del dragón usado como táctica militar.  Entre los estrategas hay quien asegura que lleva siempre a la victoria, hay quien, negando con la cabeza, asevera que es solo un mito. Pero nosotros, los que luchamos, los que nos dejamos la piel jugada tras jugada, sabemos cual es la verdad. Que todo depende del ánimo de las piezas, de los soldados, que si realmente creemos en  aquello por lo que luchamos, que si la disposición de ánimo es la correcta, nada puede evitar la derrota del adversario.
Esta vez no íbamos a fallar. Se lo debíamos. Nos lo debíamos.
Jaque.
El rey blanco cae. Jaque mate