Entonces tocó decidir lo más difícil.

¿Como se moverían através de aquel tablero?


¿Cuales serían los movimientos adecuados?

¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?

¿O hacer que cada uno muestre un movimiento característico, único, que lo defina de manera inequívoca?



lunes, 10 de octubre de 2011

Blanca melodía

Dicen que lo peor de todo es caer en la rutina. Que la vida se va componiendo de la suma de las pequeñas cosas, y que cuando en estos pequeños momentos dejas de encontrar la dicha de lo cotidiano, la seguridad de lo conocido, es el momento de adentrarse en un nuevo viaje en el camino de la vida, ya que si no, si no avanzas en pos de lo que algunos llaman destino, otros felicidad o simplemente, la finalidad de la vida tal y como fue pensada por extraños dioses, corres el peligro de perderte dentro de ti mismo, atrapado para siempre en el laberinto de los ojalás y las oportunidades perdidas.

Pero lo que nadie sabe, lo que nadie se atreve a decir es que lo más difícil de todo es darse cuenta de que el sendero recorrido hasta el momento ya ha llegado a su fin, tan atrapados estamos en el miedo a lo nuevo.

Y es entonces cuando ocurre lo inesperado, el momento adecuado y las palabras necesarias. Todo lo demás es historia.

 

Como todas las noches ella abrió los ojos lentamente, como si temiera que este nuevo despertar le trajera más desdicha de la que ya traían sus recuerdos. Miró a su lado y pudo comprobar como él todavía seguía durmiendo. Mejor así. Muchas noches había estado velando la duermevela de su marido hasta que el sueño había cerrado sus párpados de manera definitiva. No quería que nadie viera lo que hacía.


Escondido en su armario, desterrado por pertenecer a un reino sin súbditos, el rey destronado observaba...

Todas las noches pasaba lo mismo. Ella aparecía, pálida y serena, acompañando sus suaves pasos de pies descalzos con la ligereza de movimientos que siempre la caracterizaba. Este era el momento que más le gustaba, plateados rayos lunares parecían envolverla en su atenta espera, cabeza erguida, intentando captar lo que desde allí llegaba como un murmullo sordo: la música.

Primero empezaban a afinarse los instrumentos, uno tras otro, mientras ella ensayaba unos pequeños pasos, calentaba lentamente todos los músculos. Después, y tras una corta espera en la que todo se reducía a silencio, empezaban a sonar los primeros acordes y la música inundaba el edificio.

Y lo que hasta ese momento era la triste sala que el centro cultural del barrio dejaba al club de ajedrez (sala de múltiples usos con un gran armario donde guardar los tableros y piezas), se transformaba en la pista de baile de la reina blanca que, solitaria y distante, recorría con acompasados pasos, al son de la música que la orquesta interpretaba.

Le habían llegado rumores de que abajo, en una gran sala, muchos de los humanos se juntaban para tocar extrañas melodías, que llegaban hasta ellos a través de las paredes. Poco le importaba el origen. Lo que quería, y lo que le consolaba a través de los largos días de encierro y olvido, era ella.


Ella bailaba y bailaba, sin importarle más que seguir el ritmo con acompasados piruetas. Atrás quedaban la indiferencia de su marido, consumido por amargas batallas que parecían no tener fin, y que solo la consideraba como una pieza más de su cruel maquinaria bélica. Conseguía olvidar por un momento en lo que se había convertido su vida, para convertirse en pura emoción, en melancólico movimiento


Y así pasaban noche tras noche, y así hubieran seguido si no llega ser por lo inesperado. Una pesadilla turba el sueño del rey blanco, quien asustado se incorpora en la cama. La frente perlada en sudor por la tensión pasada esa noche se arruga en extrañado gesto al ver que ella no está a su lado. Y es entonces cuando la ve. Y cuando siente la cólera que nace desde su interior, oscura bola que parece quemar su estómago, al observar como ella disfruta con algo que él ni siquiera sabía que existía. Intentó levantarse rápidamente pero, como todos sabemos, los reyes no se caracterizan ni por la rapidez ni por la longitud de sus movimientos, acostumbrados a una forzada inactividad a lo largo de su vida. Esa fue su perdición, pues tropezó al intentar salir de la caja y cayó de la mesa al suelo.

Nadie puede caer desde tan alto y no sufrir las consecuencias, ya que la corona que le identificaba como el más alto cargo del bando blanco se desprendió de su cabeza.

Todos sabían lo que aquello significaba. Los símbolos son poderosos y, en ajedrez, más todavía (nadie quiere un rey sin corona o un alfil sin bonete). Ese rey había perdido su poder de manera irreparable. Quedó inerte en el suelo, consciente de lo que había ocurrido. Ni las llamadas de los peones, las súplicas de los alfiles o los intentos desesperados de alguna torre por rescatarle surtieron efecto, o hicieron alguna mella en él.



Y allí se quedó hasta que los jugadores del club llegaron , anónimos testigos de la tragedia que allí se había producido. La pieza rota desapareció en la caja de las piezas, de la que se rescató al perdido rey sin reino, pues ahora era necesaria su presencia.


Lo que pasó a continuación son sólo conjeturas, ya que nadie se atrevió a preguntarle a la nueva pareja. Lo que si se observó, (y en eso el resto de las piezas estuvieron de acuerdo) es que a partir de entonces parecía como si al jugador que le tocasen las blancas siempre parecía tener las ideas más audaces, como si un secreto compañero le fuese inspirando las jugadas, jugadas en las que siempre la reina parecía deslizarse por el tablero, realizando hazañas cada vez más imposibles y hermosas.

Parecía como si el objetivo de las blancas fuera el jugar por jugar, el inventar estrategias cada vez más imprevisibles y audaces.

Podían ganar, podían perder. Pero lo que todas las piezas sabían sin lugar a dudas era que al final del día, cuando todas volvieran a la caja, escucharían una música queda y suave, proveniente de alguna sala perdida del edificio, y que sobre la mesa, fundidos en un largo abrazo, rey y reina bailarían con la pasión y el sentimiento que sólo pueden dar la novedad del amor encontrado y la satisfacción de lo vivido.





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