Entonces tocó decidir lo más difícil.

¿Como se moverían através de aquel tablero?


¿Cuales serían los movimientos adecuados?

¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?

¿O hacer que cada uno muestre un movimiento característico, único, que lo defina de manera inequívoca?



martes, 28 de junio de 2011

Torre


Y es que todo en esencia se reducía a eso, a sobrevivir matando, a aguantar, a soportar la muerte de los que te rodean, a intuir la tuya próxima, quizá en la siguiente jugada, y aun así, continuar luchando, continuar avanzando través de un campo blanquinegro, donde la muerte y la vida aguardaban detrás de cada escaque.



Todas las piezas son conscientes de eso, de que cada partida, cada jugada es irrepetible, que las oportunidades perdidas nunca vuelven y , sobre todo, que nunca hay vuelta atrás. Y todas podían sentirlo, algunas más que otras, desde los perceptivos peones, quizá por estar más a ras de tierra, quizá por jugarse siempre más en todas las batallas (siempre eran de los primeros en morir) hasta los inalcanzables reyes que asistían, impotentes a todas las luchas que se daban en su defensa. Matar o morir. No había más opciones.



Pero más allá de todas las luchas, más allá de las tácticas y estrategias, todos sabían que existe algo más, una sensación, una presencia, una emoción que emana de todo lo jugado.



Era sentida, intuida por todos. Algo hay siempre en el aire, comentaban los caballeros, algo que impregna todo lo que hacemos. El aliento divino, decían los alfiles, la llamada de la sangre , comentaban los peones, nuestro real destino, comentaba la reina afilando su daga, la mirada vidriosa a través de la ventana.



Todos acertaban y , a la vez, todos erraban en sus suposiciones.

Hay una pieza que nunca opinaba, que pocas veces era tenida en cuenta hasta muy avanzada la partida. Sólida, estoica, aguantaba en los límites del tablero acotando a los ejércitos de ambos bandos. Nadie sabe a ciencia cierta su origen. Nadie sabe como ni porqué se mueve.



Pero hay una leyenda, un rumor, una historia transmitida con voz queda, por piezas gastadas, de bordes redondeados y suaves por el uso, Stauton clásicas, de las de antes.

Cuentan que en la primera partida de ajedrez del mundo, aquella partida legendaria de la que ya no quedan crónicas, las torres surgieron como meras edificaciones defensivas, construidas por el deseo de ambos ejércitos de protegerse por sus flancos.

Blancas y negras edificaciones con una pequeña sala en su interior y que de poco parecían servir.



Pero servían. La noche anterior a esta primera batalla, el rey, agobiado por la responsabilidad de que todos se luchasen para proteger su vida, acudió a este pequeño lugar a meditar, dicen unos, a rezar, opinan otros (las versiones varían según la pieza que narre la historia).



La partida dio comienzo; el ajedrez daba sus primeros pasos, creaba sus primeras jugadas.



Los reyes estaban inquietos, todo iba demasiado rápido. Uno de ellos observó la torre con aire suplicante. La torre, una edificación, no pudo responder, pero hay peones que aseguran que el aire cambió, que hubo una pequeña variación en su textura (todos saben que los peones son más crédulos, con menor cultura. Los alfiles nunca dan crédito a esta parte de la historia).



En todo caso, lo que pasó a continuación, no da lugar a versiones: la torre empezó a moverse. Muy lentamente al principio, pero después más rápidamente hacia el rey, obligándole a girar y a colocarse en una posición más segura. El monarca se colocó, so pena de morir aplastado, observando con alivio como ahora estaba más protegido. El primer enroque de la historia había sido creado.



Pero hay más, aseguran todos. Cuentan que en esa primera noche, hubo muchos peones que también fueron a esa pequeña sala, asustados por su primera pelea, que los que se quedaron allí toda la noche velando sus armas se convirtieron en caballeros a la mañana siguiente. Dicen también que algún que otro alfil estuvo por allí, animando y apoyando a las piezas asustadas, mientras la reina, aterrada por la gran responsabilidad que tenía a partir de ahora abrazaba a su marido dándole el consuelo que ella misma no encontraba.



Y dicen también que todo lo bueno de aquellas piezas quedó impregnado en las paredes de esa pequeña habitación, haciendo que esa edificación sin vida se moviera para ayudar a un rey en apuros, o por los azares de la partida, a una posición u otra del tablero. Pero siempre en línea recta, siempre de frente.

Se puede jugar un buen o un mal ajedrez; pero todas las piezas saben que la esencia de lo que son quedó en aquella habitación. Ahora deben convivir con ello.







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