Entonces tocó decidir lo más difícil.

¿Como se moverían através de aquel tablero?


¿Cuales serían los movimientos adecuados?

¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?

¿O hacer que cada uno muestre un movimiento característico, único, que lo defina de manera inequívoca?



jueves, 9 de junio de 2011

Reunión

La decisión estaba tomada. El campo de batalla sería una sucesión de cuadros blancos y negros, a juego con nuestros colores, se aventuró a decir la reina blanca con gran emoción.

Pero entonces tocó decidir lo más difícil ¿Cómo se moverían a través de aquel tablero tan bien elegido?¿Cuáles serían los movimientos adecuados?¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?¿O hacer que cada una muestre un movimiento característico, único que lo defina de una manera inequívoca?.
Las opiniones eran encontradas. Algunos peones estaban de acuerdo con que si ellos eran los que iban a estar en primera línea debían ser los que hicieran los ataques más mortíferos y ser capaces de moverse por todo el tablero. El rey blanco, por el contrario opinaba que los que deberían hacer los grandes movimientos fueran los caballeros, ya que para eso corría por sus venas la sangre noble. El alfil negro, sin embargo, peroraba acerca de la necesidad de enfrentarse unos a otros, ¿Acaso no éramos todos iguales en manos del destino? Pero nadie le hacía caso.
Probaron a colocarse en la posición de batalla. En un primer momento los reyes se pusieron delante de sus ejércitos, pero pronto se vio que si el objetivo iba a ser matar a ambos monarcas no podían estar tan expuestos. El rey blanco se fue pomposamente, dejando caer su espada con evidente asco. El rey negro, dando grandes muestras de alivio, aconsejó a un peón que se abrigara más, no fuera a pillar un resfriado, mientras le daba su espada.
Evidentemente, toda la corte no se quiso alejar de su monarca, por lo que acudieron junto a ellos a la fila trasera. Los peones, resignados a ser carne de cañón, eligieron hacer movimientos pequeños, estratégicos y no lanzarse de cabeza a las filas enemigas.
Llegó entonces el momento de decidir los movimientos de todos los de la corte. Los caballeros estaban ansiosos por estar en el campo de batalla, indignados por saberse obligados a estar siempre detrás de la infantería. Una afrenta a nuestro honor, decían unos, un insulto a nuestra capacidad como guerreros, opinaban otros. De modo que se decidió el que pudiesen saltar por encima del resto y presentar batalla allá cuando considerasen necesario, en pro de defender a la corona que habían jurado proteger con su vida.
Los alfiles, acostumbrados a las intrigas de la corte y a salirse siempre por la tangente, decidieron moverse de manera oblicua, cada uno por un color del tablero (así abarcaremos más, dijeron). Las torres, sin embargo, atentas a su estricto código, decidieron avanzar siempre en línea recta.
Quedaban pues, por decidir, los movimientos del rey y de la reina. Los cuatro se juntaron en una esquina del tablero y se pusieron a dilucidar cuales serían los adecuados. El resto intentaban escuchar que se estaba debatiendo, avanzando casilla a casilla, los pies de puntillas en el borde del tablero, pero sólo llegaron a sus oídos apagados susurros de la conversación.
Después de unos momentos que a todos se les antojaron eternos a la mayoría ambas parejas de reyes se acercaron al centro del tablero, donde todos estaban esperando.

El rey blanco explicó cuales serían sus movimientos, para que después la reina negra explicase los suyos.
Los alfiles expresaron enseguida su indignación; mientras los caballos y los peones empezaron a murmurar entre ellos. Eso significaba que las reinas se encontrarían en pleno campo de batalla, mientras los reyes se encontrarían en la retaguardia.

Ellos se miraron con resignación, ellas, sin embargo encontraron en el rostro de la otra el desafío que sus propias facciones delataban.

Todos comprendieron.
El juego comenzaba.

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