Supongo que a veces no podemos distinguir la verdad de la mentira, lo anormal de lo cotidiano, la esencia de las pequeñas cosas.
Hay veces en las que no sabemos cuando debemos o cuando queremos parar .
O cuando avanzar.
Intentamos encontrar un patrón, unas líneas bases, unas estrategias que nos indiquen cual es el mejor camino a seguir en nuestra búsqueda de un mundo perfecto.
Sin embargo, no es tan fácil como el buscar una buena táctica, encontrar una u otra estrategia, porque son muchas las variables, muchas las bifurcaciones y demasiados los senderos a recorrer como para intentar conocerlos todos.
Sin embargo hay veces en los que se puede rectificar. Algunas veces.
El rey caminaba lentamente por el tablero. (¿De qué otra manera hacerlo si no?).
Expulsó el aire, sin ser consciente de hasta que punto lo había estado reteniendo hasta ese momento.
La verdad es que estaba cansado. Hastiado de la violencia a la que se enfrentaba cada día, de las estúpidas muertes que se acumulaban, una tras otra, bajo su retina. Sabía, conocía, infinitas formas de morir, demasiadas maneras en que la vida abandonara el cuerpo de manera progresiva.
Y sin embargo...sin embargo la lucha no cesaba, continuaba día tras día, noche tras noche, desgranándose las horas en largos e intrincados combates.
La reina pasó a su lado presurosa, impredecible, siempre con alguna tarea en mente. Y recordó. Recordó los rumores que le habían llegado acerca de ella antes de su boda, Habladurías de un viejo alfil mellado por el tiempo.Habladurías.O al menos eso pensó en su momento.
-La historia que narro a continuación puede que sea verdad. O puede que no. Es un rumor, una leyenda que algunos peones ingenuos quieren creer, y que se manifiesta siempre que alguien quiere animar a una pieza que ha sido derrotada. Yo sólo se lo que me contaron.-El rey todavía podía rememorar con todo detalle la apariencia del alfil, grande y majestuoso en otro tiempo, ahora se veía como el paso de los años había resquebrajado su superficie, dándole una patina más que de respetabilidad, cosa que consiguen aquellas piezas hechas de la madera de los héroes, de pobreza. De dejadez.
Dicen que hubo una época primitiva del ajedrez, en la que los contendientes eran tan sólo hombres.Las reinas habían decidido quedarse atrás, dejando todo aquello relacionado con la lucha en manos de sus parejas.Éstos, envalentonados por la confianza de la mujer que amaban empezaron a luchar con el ardor que sólo dan las nuevas contiendas, y la convicción de que la pelea era lo justo, lo única manera de defender aquello en lo que creían.
Y dicen también que las peleas eran tan duras, las batallas tan largas y extenuantes, que hubo un momento en que ambos ejércitos quedaron igual de diezmados, con tan solo un escaso puñado de hombres donde antes hubiera tantos. Cada monarca observó a su ejército, consciente de todo lo que habían luchado. Y en ambas cabezas surgió la misma idea: acabarían ellos mismos con la lucha. Atrás quedaron sus apoyos, sus compañeros de batalla y también,¿ por qué no?, (no hay nadie que pueda afirmar lo contrario), sus miedos. Habían emprendido una lucha a muerte.
La pelea se prolongó en el tiempo, hasta que pronto uno de los reyes cayó al suelo.Parecía que la victoria iba ser para su oponente, quien se inclinó para comprobar que realmente estaba muerto. Fue lo último que hizo antes de caer al suelo atravesado por la espada de aquel quien había utilizado su último aliento para matar a quien le había dado muerte.
El silencio suplantó entonces el batir de las espadas.
Y el silencio fue el que se implantó a partir de entonces en el mundo. El silencio de una de las reinas, quien llevó a su marido a la orilla del mar, para enterrarle junto la espuma de las olas. Y el silencio también de la reina que llevó a su marido a lo más profundo de la selva, allí donde los árboles primitivos se alimentan de la esencia de la tierra.
Fue mucho el tiempo en el que lloraron a sus muertos. No existe ni existirá medida en el mundo capaz de contabilizar las lágrimas vertidas por ambas, lamentando la estupidez de la existencia.
Y no existe tampoco medida alguna de tiempo que deje constancia de lo transcurrido desde entonces.
Lo que si se sabe es que cuando los dioses (seres olvidadizos, que dejan pasar eones entre un interés u otro)se dieron cuenta, una de las reinas había quedado sepultada bajo capas y capas de sal marina, mientras que la otra permanecía bajo las raíces de cientos de árboles ya milenarios.
El ajedrez debe restaurarse, opinaron los dioses. Si, pero bajo nuestras reglas, opinaron las reinas: nuevas reglas y nuevos reyes. Y que todo esto quede en el olvido.
El rey no sabía hasta que punto la historia era verdad o no. Podía pasarse la vida entera junto a ella y no conocer sino una mínima parte de los secretos que escondía. Lo que si sabía es que a veces la había sorprendido con la mirada perdida, los ojos llorosos y un nombre en los labios que, de eso estaba seguro, no era el suyo.
Muy buen cuento sobre la reina, donde hay varias cosas que uno no sabe hacer en el momento de estar jugando o pensando.
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