Entonces tocó decidir lo más difícil.

¿Como se moverían através de aquel tablero?


¿Cuales serían los movimientos adecuados?

¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?

¿O hacer que cada uno muestre un movimiento característico, único, que lo defina de manera inequívoca?



jueves, 1 de diciembre de 2011

El rey ha muerto

El rey ha muerto.
Que caigan las torres, que se estremezcan sus cimientos, que tiemblen sus almenas.

El rey ha muerto.
Lejos, el caballero, maldice el día en el que tembló su pulso, dudó su espada, tropezó su caballo. Con las manos desnudas cava una tumba.

El rey ha muerto.
Quieto y silencioso, el alfil entona una muda súplica con la esperanza de acallar su dolor. Nadie parece escucharle. Tampoco él lo espera.

El rey ha muerto.
Los peones lloran. No hacen nada por ocultar la pena que les brota de dentro. Lamentan la pérdida de su rey de la única manera que saben hacerlo. Las lágrimas no les permiten ver el tablero.

El rey ha muerto.
Por más veces que lo repita, la frase no parece tener sentido, no puede ser real.El rey ha muerto...La reina no sabe como continuar con su vida.

El rey ha muerto. La pieza abatida enmudece el tablero.
El rey ha muerto. Silencio.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Reina

Supongo que a veces no podemos distinguir la verdad de la mentira, lo anormal de lo cotidiano, la esencia de las pequeñas cosas.


Hay veces en las que no sabemos cuando debemos o cuando queremos parar .

O cuando avanzar.

Intentamos encontrar un patrón, unas líneas bases, unas estrategias que nos indiquen cual es el mejor camino a seguir en nuestra búsqueda de un mundo perfecto.

Sin embargo, no es tan fácil como el buscar una buena táctica, encontrar una u otra estrategia, porque son muchas las variables, muchas las bifurcaciones y demasiados los senderos a recorrer como para intentar conocerlos todos.

Sin embargo hay veces en los que se puede rectificar. Algunas veces.

 
 El rey caminaba lentamente por el tablero. (¿De qué otra manera hacerlo si no?).

Expulsó el aire, sin ser consciente de hasta que punto lo había estado reteniendo hasta ese momento.
La verdad es que estaba cansado. Hastiado de la violencia a la que se enfrentaba cada día, de las estúpidas muertes que se acumulaban, una tras otra, bajo su retina. Sabía, conocía, infinitas formas de morir, demasiadas maneras en que la vida abandonara el cuerpo de manera progresiva.
Y sin embargo...sin embargo la lucha no cesaba, continuaba día tras día, noche tras noche, desgranándose las horas en largos e intrincados combates.

La reina pasó a su lado presurosa, impredecible, siempre con alguna tarea en mente. Y recordó. Recordó los rumores que le habían llegado acerca de ella antes de su boda, Habladurías de un viejo alfil mellado por el tiempo.Habladurías.O al menos eso pensó en su momento.
 
-La historia que narro a continuación puede que sea verdad. O puede que no. Es un rumor, una leyenda que algunos peones ingenuos quieren creer, y que se manifiesta siempre que alguien quiere animar a una pieza que ha sido derrotada. Yo sólo se lo que me contaron.-El rey todavía podía rememorar con todo detalle la apariencia del alfil, grande y majestuoso en otro tiempo, ahora se veía como el paso de los años había resquebrajado su superficie, dándole una patina más que de respetabilidad, cosa que consiguen aquellas piezas hechas de la madera de los héroes, de pobreza. De dejadez.
 
Dicen que hubo una época primitiva del ajedrez, en la que los contendientes eran tan sólo hombres.Las reinas habían decidido quedarse atrás, dejando todo aquello relacionado con la lucha en manos de sus parejas.Éstos, envalentonados por la confianza de la mujer que amaban empezaron a luchar con el ardor que sólo dan las nuevas contiendas, y la convicción de que la pelea era lo justo, lo única manera de defender aquello en lo que creían.

Y dicen también que las peleas eran tan duras, las batallas tan largas y extenuantes, que hubo un momento en que ambos ejércitos quedaron igual de diezmados, con tan solo un escaso puñado de hombres donde antes hubiera tantos. Cada monarca observó a su ejército, consciente de todo lo que habían luchado. Y en ambas cabezas surgió la misma idea: acabarían ellos mismos con la lucha. Atrás quedaron sus apoyos, sus compañeros de batalla y también,¿ por qué no?, (no hay nadie que pueda afirmar lo contrario), sus miedos. Habían emprendido una lucha a muerte.

La pelea se prolongó en el tiempo, hasta que pronto uno de los reyes cayó al suelo.Parecía que la victoria iba ser para su oponente, quien se inclinó para comprobar que realmente estaba muerto. Fue lo último que hizo antes de caer al suelo atravesado por la espada de aquel quien había utilizado su último aliento para matar a quien le había dado muerte.

El silencio suplantó entonces el batir de las espadas.
Y el silencio fue el que se implantó a partir de entonces en el mundo. El silencio de una de las reinas, quien llevó a su marido a la orilla del mar, para enterrarle junto  la espuma de las olas. Y el silencio también de la reina que llevó a su marido a lo más profundo de la selva, allí donde los árboles primitivos se alimentan de la esencia de la tierra.

Fue mucho el tiempo en el que lloraron a sus muertos. No existe ni existirá medida en el mundo capaz de contabilizar las lágrimas vertidas por ambas, lamentando la estupidez de la existencia.
Y no existe tampoco medida alguna de tiempo que deje constancia de lo transcurrido desde entonces.
Lo que si se sabe es que cuando los dioses (seres olvidadizos, que dejan pasar eones entre un interés u otro)se dieron cuenta, una de las reinas había quedado sepultada bajo capas y capas de sal marina, mientras que la otra permanecía bajo las raíces de cientos de árboles ya milenarios.
El ajedrez debe restaurarse, opinaron los dioses. Si, pero bajo nuestras reglas, opinaron las reinas: nuevas reglas y nuevos reyes. Y que todo esto quede en el olvido.


El rey no sabía hasta que punto la historia era verdad o no. Podía pasarse la vida entera junto a ella y no conocer sino una mínima parte de los secretos que escondía. Lo que si sabía es que a veces la había sorprendido con la mirada perdida, los ojos llorosos y un nombre  en los labios que, de eso estaba seguro, no era  el suyo.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Peón

Ni creo en nada, ni busco una explicación a la vida que me ha tocado, solo intento buscar un rumbo en el mar de la vida hacia la lejana isla de la dicha, intentando no naufragar ni quedarme en los escollos de mi pensamiento.



Oscura humanidad que apenas me arropa, esperanzas frustradas en el blanco aliento de la memoria. Pérfido recuerdo que me incita a la duda, negra huella que me arroja a la sombra del pánico, allá donde nadie llega sin volver indemne.
Porque las marcas de los fracasos anteriores nos esperan para clavarnos en el corazón agudos puñales llenos de dudas, porque en el fondo de nuestra derrota, el espejo que nos devuelve la mirada de nosotros mismos un poco más hundidos, un poco más derrotados, nos hiere más que mil espadas de hielo, que mil carbones encendidos. Y es entonces cuándo más nos cuesta levantarnos.Y es entonces cuando dudamos.

Se que es lo que debo hacer, se que es lo que debo sentir, pero mi cuerpo, mi mente, parecen haberlo olvidado...
 Pero no. La vida es acción, la vida es ejecutar y no pensar, los momentos importantes se miden en fracciones de segundo, en millonésimas partes del tiempo que se tarda en planearlas.

Sólo avanzo, no pienso, sólo me desplazo, no medito. Puede que la derrota, que la muerte me esperen a la vuelta de la esquina, pero eso nunca me ha detenido

Me muevo.

1.e4 . Adelante






martes, 18 de octubre de 2011

¿Cómo se creó el ajedrez?

¿Y cómo se creó el ajedrez?, pregunta el niño de mirada inocente.

El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, inventa...

El ajedrez surgió de la lucha de los gigantes de hielo, blancos y translúcidos que, con escarpadas crestas de agua helada a sus espaldas luchan sin descanso contra los hombres de ébano.

Éstos, de negros torsos y pétreos músculos surgieron como por ensalmo de la conjunción entre madera y piedra, ennegrecida por la fortaleza que el fuego les confirió hace ya mucho.

Las peleas entre ambos duraron siglos, quedando la gloria de las batallas ya olvidadas enterradas bajo capas y capas de hielo y rocas. Ahora tan sólo nos queda el recuerdo en forma de pequeñas figuras, que aun recuerdan lo que en su día fueron.


¿Y cómo se creó el ajedrez?, pregunta el niño de nuevo.


El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, sueña...



Sueña con un romance imposible, de la separación de dos amantes que antes siempre estuvieron unidos, pero que ahora, enzarzados en una eterna pelea que nunca parece tener fin pelean sobre algo que ya apenas recuerdan.

Él se convierte en el sol, ella se transforma en la luna, cuerpos estelares en eterna disputa.

Él crea un ejército, tostado y ennegrecido por sus cálidos rayos, se entrenan y pelean bajo la luz solar, ocupando toda la tierra conocida. Cuando el sol se oculta es cuando sale ella.

Ella dispone a sus soldados, que surgieron de la conjunción de las sombras y los rayos lunares. Pálido ejército que se ejercita de noche, y que de nuevo ocupa toda la tierra conocida.


Pero lo que pronto comprenden es que nunca llegarán a enfrentarse (nunca llegarán a coincidir y, si lo hicieran, no tendrían espacio para estar los dos ejércitos a la vez), de modo que se pusieron a pensar y pensar la manera adecuada de hacerlo.

Contactaron con un astrónomo muy sabio de la tierra, experto en cuerpos estelares y problemas del corazón, quien dio con la solución adecuada: todo se trataba de un problema de magnitudes, dijo con voz cascada, de modo que voy a mirar a los dos ejércitos a través de mi telescopio invertido. Ambos ejércitos redujeron su tamaño, hasta convertirse en las piezas que ya conocemos.

Lo que ambos amantes no sabían era el coste de su consulta que habían realizado, y es que debían perder el control de sus ejércitos en manos de anónimos jugadores. Al ver que no podían luchar, se olvidaron sus disputas, concentrándose en gobernar el día y la noche.

Así es como surgió el ajedrez.



¿Pero, cómo se creó el ajedrez?, pregunta inquieto.

El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, narra...



El ajedrez surgió de la mente de un hombre muy muy sabio, quien un día se dio cuenta de que no tenía con quien hablar. La gente le tenía tanto respeto, admiraba tanto sus razonamientos, que no se atrevían a hablar con él por miedo a equivocarse o a quedar en evidencia como las personas más incultas de todo el reino.

El sabio estaba muy triste, ya que cada vez estaba más y más solo. Podía conocer todos los secretos del universo, la verdad indiscutible de las cosas, pero no tenía con quien compartirlas.



Un día, mientras paseaba como siempre, sólo por la ciudad, vio como unos niños jugaban a las batallas en un prado cercano Había dos capitanes que dirigían a sus ejércitos, de manera más o menos acertada, pero que parecían divertirse mucho.



Entonces se le ocurrió la idea que cambiaría su vida: crearía un nuevo juego. Divertido, al que pudiera jugar todo el mundo, y en el que no importase cuanto supieras o no para poder disfrutar. Pero ese juego guardaba dentro de si un sinfín de estrategias y posibilidades para quien supiera verlas, como un secreto dentro de otro.



Y así, consiguió que la gente se acercara a él. Había quien jugaba por placer, había quien jugaba por el afán de mejorar, había, en esencia, muchas razones, quizá tantas como jugadores hay en el mundo. Pero una cosa estaba clara, y es que ese hombre ése inventor del nuevo juego, nunca más volvió a estar sólo.



¿No sabes cómo se creó el ajedrez?, preguntó el niño muy triste.

El padre, desconocedor de la respuesta adecuada se sincera, no, no se como se creo el ajedrez.

El niño, visiblemente aliviado, sonríe: entonces juguemos...













lunes, 10 de octubre de 2011

Blanca melodía

Dicen que lo peor de todo es caer en la rutina. Que la vida se va componiendo de la suma de las pequeñas cosas, y que cuando en estos pequeños momentos dejas de encontrar la dicha de lo cotidiano, la seguridad de lo conocido, es el momento de adentrarse en un nuevo viaje en el camino de la vida, ya que si no, si no avanzas en pos de lo que algunos llaman destino, otros felicidad o simplemente, la finalidad de la vida tal y como fue pensada por extraños dioses, corres el peligro de perderte dentro de ti mismo, atrapado para siempre en el laberinto de los ojalás y las oportunidades perdidas.

Pero lo que nadie sabe, lo que nadie se atreve a decir es que lo más difícil de todo es darse cuenta de que el sendero recorrido hasta el momento ya ha llegado a su fin, tan atrapados estamos en el miedo a lo nuevo.

Y es entonces cuando ocurre lo inesperado, el momento adecuado y las palabras necesarias. Todo lo demás es historia.

 

Como todas las noches ella abrió los ojos lentamente, como si temiera que este nuevo despertar le trajera más desdicha de la que ya traían sus recuerdos. Miró a su lado y pudo comprobar como él todavía seguía durmiendo. Mejor así. Muchas noches había estado velando la duermevela de su marido hasta que el sueño había cerrado sus párpados de manera definitiva. No quería que nadie viera lo que hacía.


Escondido en su armario, desterrado por pertenecer a un reino sin súbditos, el rey destronado observaba...

Todas las noches pasaba lo mismo. Ella aparecía, pálida y serena, acompañando sus suaves pasos de pies descalzos con la ligereza de movimientos que siempre la caracterizaba. Este era el momento que más le gustaba, plateados rayos lunares parecían envolverla en su atenta espera, cabeza erguida, intentando captar lo que desde allí llegaba como un murmullo sordo: la música.

Primero empezaban a afinarse los instrumentos, uno tras otro, mientras ella ensayaba unos pequeños pasos, calentaba lentamente todos los músculos. Después, y tras una corta espera en la que todo se reducía a silencio, empezaban a sonar los primeros acordes y la música inundaba el edificio.

Y lo que hasta ese momento era la triste sala que el centro cultural del barrio dejaba al club de ajedrez (sala de múltiples usos con un gran armario donde guardar los tableros y piezas), se transformaba en la pista de baile de la reina blanca que, solitaria y distante, recorría con acompasados pasos, al son de la música que la orquesta interpretaba.

Le habían llegado rumores de que abajo, en una gran sala, muchos de los humanos se juntaban para tocar extrañas melodías, que llegaban hasta ellos a través de las paredes. Poco le importaba el origen. Lo que quería, y lo que le consolaba a través de los largos días de encierro y olvido, era ella.


Ella bailaba y bailaba, sin importarle más que seguir el ritmo con acompasados piruetas. Atrás quedaban la indiferencia de su marido, consumido por amargas batallas que parecían no tener fin, y que solo la consideraba como una pieza más de su cruel maquinaria bélica. Conseguía olvidar por un momento en lo que se había convertido su vida, para convertirse en pura emoción, en melancólico movimiento


Y así pasaban noche tras noche, y así hubieran seguido si no llega ser por lo inesperado. Una pesadilla turba el sueño del rey blanco, quien asustado se incorpora en la cama. La frente perlada en sudor por la tensión pasada esa noche se arruga en extrañado gesto al ver que ella no está a su lado. Y es entonces cuando la ve. Y cuando siente la cólera que nace desde su interior, oscura bola que parece quemar su estómago, al observar como ella disfruta con algo que él ni siquiera sabía que existía. Intentó levantarse rápidamente pero, como todos sabemos, los reyes no se caracterizan ni por la rapidez ni por la longitud de sus movimientos, acostumbrados a una forzada inactividad a lo largo de su vida. Esa fue su perdición, pues tropezó al intentar salir de la caja y cayó de la mesa al suelo.

Nadie puede caer desde tan alto y no sufrir las consecuencias, ya que la corona que le identificaba como el más alto cargo del bando blanco se desprendió de su cabeza.

Todos sabían lo que aquello significaba. Los símbolos son poderosos y, en ajedrez, más todavía (nadie quiere un rey sin corona o un alfil sin bonete). Ese rey había perdido su poder de manera irreparable. Quedó inerte en el suelo, consciente de lo que había ocurrido. Ni las llamadas de los peones, las súplicas de los alfiles o los intentos desesperados de alguna torre por rescatarle surtieron efecto, o hicieron alguna mella en él.



Y allí se quedó hasta que los jugadores del club llegaron , anónimos testigos de la tragedia que allí se había producido. La pieza rota desapareció en la caja de las piezas, de la que se rescató al perdido rey sin reino, pues ahora era necesaria su presencia.


Lo que pasó a continuación son sólo conjeturas, ya que nadie se atrevió a preguntarle a la nueva pareja. Lo que si se observó, (y en eso el resto de las piezas estuvieron de acuerdo) es que a partir de entonces parecía como si al jugador que le tocasen las blancas siempre parecía tener las ideas más audaces, como si un secreto compañero le fuese inspirando las jugadas, jugadas en las que siempre la reina parecía deslizarse por el tablero, realizando hazañas cada vez más imposibles y hermosas.

Parecía como si el objetivo de las blancas fuera el jugar por jugar, el inventar estrategias cada vez más imprevisibles y audaces.

Podían ganar, podían perder. Pero lo que todas las piezas sabían sin lugar a dudas era que al final del día, cuando todas volvieran a la caja, escucharían una música queda y suave, proveniente de alguna sala perdida del edificio, y que sobre la mesa, fundidos en un largo abrazo, rey y reina bailarían con la pasión y el sentimiento que sólo pueden dar la novedad del amor encontrado y la satisfacción de lo vivido.





martes, 4 de octubre de 2011

Caballo de mar

"El caballo puede ser descrito como el clown, el mal muchacho  o el arma secreta del ajedrez.
El caballo se caracteriza por actuar de un modo completamente diferente a las demás piezas. Por ejemplo, puede realizar lo que no es factible a las demás, es decir, saltar sobre ellas, bien sean piezas del bando propio o del contrario."
El capitán oteaba el mar en busca de horizontes lejanos. Nadie sabía cual era el destino del busque que capitaneaba con mano de hierro, era desconocida la ruta que debía seguir el barco que desde hacía meses navegaba por los mares sin un rumbo o puerto aparente. Los marineros murmuraban a sus espaldas, manipuladores y narradores de extrañas historias, de capitanes que perdieron la cordura y mandaron a sus barcos y tripulaciones a una muerte segura bajo la espuma de las olas. Había quienes murmuraban acerca de un extraño pacto con el diablo, a partir del cual estaba condenado a vagar por los mares a cambio de dios sabe que favores, mientras que otros negaban con la cabeza y apelaban al extraño plan que el señor había imbuido en la cabeza del enajenado capitán.



Pero la historia más extendida era que los escasos restos de cordura que aún conservaba se habían perdido en el fragor de la batalla de aquella guerra que su país nunca terminaba de librar. Navegaban con los cañones preparados, las mechas encendidas y los alfanjes afilados, con las pistolas cargadas y la pólvora puesta a secar al sol tras mojarse en una tormenta ya pasada; pero nunca entraban en combate.



Cada vez que divisaban un navío enemigo, se acercaban para amenazar al enemigo o proteger a un barco amigo, pero nunca entraban directamente en combate, sino que desaparecían con la niebla, realizando extrañas maniobras que el capitán bramaba desde el puente de mando con voz enronquecida.



Pronto este buque comenzó a ganarse la fama de escurridizo, de imprevisible, de algo fuera de lo común. Hasta que llegó el día de la batalla decisiva, a que decidiría el final de la guerra. En el último momento, el buque se acercó a la posición de batalla, pero, en vez de seguir el plan dictado por el almirante, que con voz cascada clamaba órdenes desde su camarote, manual de estrategia naval en mano, decidió saltarse el orden establecido de ataque.

Pasando por delante de naves más ligeras, se lanzó al ataque del enemigo. Pronto logró capturar a varios barcos menores, dejando a su escuadra en una posición de clara ventaja, y que decantó a su favor el final de la contienda. Habían ganado. Esto es lo que pone en todos los libros de historia. Y esta es la narración oficial.



Lo demás es sólo leyenda. Se cuenta, se dice, que la reina nombró caballero a tan bravo capitán, queriendo incluirle en la corte, ya que le consideraba alguien importante dentro de su ejército.

Lo que hizo el capitán, tras recoger su título fue volver a su nave, tras pronunciar estas palabras: Tan sólo soy un marino con algo más de soltura a la hora de manejar mi nave. Dejadme que siga así, diferente a los demás, vuestra arma secreta...

La reina sonrió, mientras veía como se alejaba. O, al menos, eso dicen las historias.



miércoles, 21 de septiembre de 2011

Carta de amor

Supongo que nadie podrá encontrar esta carta, que lo aquí escrito quedará oculto para siempre bajo los escombros de lo que fui algún día, ya muy lejano en el tiempo y en la memoria.

Nunca podrás leer estas líneas, mi amor, porque nunca llegarán a tus dulces manos, ni tus ojos, que tantas veces he admirado desde la lejanía que supone mi posición , jamás se posarán sobre el papel en el que transcribo todo lo que te quise decir y nunca te dije.

Porque te quiero. Es una declaración sencilla que nunca salió de mis labios, y es, una explicación, también sencilla, a todo lo que se ha desarrollado entre nosotros.

Nunca pudimos estar juntos, cada uno en un lado del tablero, defendiendo las escarpadas torres de nuestro territorio. Simples peones en el juego de la vida que nunca llegan a conocerse del todo. Una palabra aquí, un roce allá apenas con la punta de los dedos.

Avanzamos sin descanso en nuestra historia, dejando atrás todo lo malo, buscando la esencia de nuestros sueños. Tu siempre soñaste con ser alguien importante, con que tu talento fuera reconocido. Yo solo soñaba con que fueras feliz.

Hoy es el momento, éste el lugar y ésta la jugada. Si yo me sacrifico, tu podrás avanzar sin peligro hasta la última casilla y convertirte en la reina del tablero, (aunque en mi corazón, ya lo hayas sido durante todo este tiempo.)

Como te decía, nunca sabrás porqué me inmolo, ya que mi cuerpo, mi alma y mi vida desaparecen en el limbo de las piezas muertas, oscura incógnita de lo que nos acontece a los perdedores.

Pero tú podrás coronarte, tú podrás ganar la partida. Con eso me vale, con eso me conformo, con eso puedo morir en paz.

Vive por los dos, sueña por los dos y pon un final feliz a nuestra historia.

Solo quería que lo supieras, mi reina, aunque nunca llegues a leer estas líneas.