¿Y cómo se creó el ajedrez?, pregunta el niño de mirada inocente.
El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, inventa...
El ajedrez surgió de la lucha de los gigantes de hielo, blancos y translúcidos que, con escarpadas crestas de agua helada a sus espaldas luchan sin descanso contra los hombres de ébano.
Éstos, de negros torsos y pétreos músculos surgieron como por ensalmo de la conjunción entre madera y piedra, ennegrecida por la fortaleza que el fuego les confirió hace ya mucho.
Las peleas entre ambos duraron siglos, quedando la gloria de las batallas ya olvidadas enterradas bajo capas y capas de hielo y rocas. Ahora tan sólo nos queda el recuerdo en forma de pequeñas figuras, que aun recuerdan lo que en su día fueron.
¿Y cómo se creó el ajedrez?, pregunta el niño de nuevo.
El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, sueña...
Sueña con un romance imposible, de la separación de dos amantes que antes siempre estuvieron unidos, pero que ahora, enzarzados en una eterna pelea que nunca parece tener fin pelean sobre algo que ya apenas recuerdan.
Él se convierte en el sol, ella se transforma en la luna, cuerpos estelares en eterna disputa.
Él crea un ejército, tostado y ennegrecido por sus cálidos rayos, se entrenan y pelean bajo la luz solar, ocupando toda la tierra conocida. Cuando el sol se oculta es cuando sale ella.
Ella dispone a sus soldados, que surgieron de la conjunción de las sombras y los rayos lunares. Pálido ejército que se ejercita de noche, y que de nuevo ocupa toda la tierra conocida.
Pero lo que pronto comprenden es que nunca llegarán a enfrentarse (nunca llegarán a coincidir y, si lo hicieran, no tendrían espacio para estar los dos ejércitos a la vez), de modo que se pusieron a pensar y pensar la manera adecuada de hacerlo.
Contactaron con un astrónomo muy sabio de la tierra, experto en cuerpos estelares y problemas del corazón, quien dio con la solución adecuada: todo se trataba de un problema de magnitudes, dijo con voz cascada, de modo que voy a mirar a los dos ejércitos a través de mi telescopio invertido. Ambos ejércitos redujeron su tamaño, hasta convertirse en las piezas que ya conocemos.
Lo que ambos amantes no sabían era el coste de su consulta que habían realizado, y es que debían perder el control de sus ejércitos en manos de anónimos jugadores. Al ver que no podían luchar, se olvidaron sus disputas, concentrándose en gobernar el día y la noche.
Así es como surgió el ajedrez.
¿Pero, cómo se creó el ajedrez?, pregunta inquieto.
El padre, desconocedor de la respuesta adecuada, narra...
El ajedrez surgió de la mente de un hombre muy muy sabio, quien un día se dio cuenta de que no tenía con quien hablar. La gente le tenía tanto respeto, admiraba tanto sus razonamientos, que no se atrevían a hablar con él por miedo a equivocarse o a quedar en evidencia como las personas más incultas de todo el reino.
El sabio estaba muy triste, ya que cada vez estaba más y más solo. Podía conocer todos los secretos del universo, la verdad indiscutible de las cosas, pero no tenía con quien compartirlas.
Un día, mientras paseaba como siempre, sólo por la ciudad, vio como unos niños jugaban a las batallas en un prado cercano Había dos capitanes que dirigían a sus ejércitos, de manera más o menos acertada, pero que parecían divertirse mucho.
Entonces se le ocurrió la idea que cambiaría su vida: crearía un nuevo juego. Divertido, al que pudiera jugar todo el mundo, y en el que no importase cuanto supieras o no para poder disfrutar. Pero ese juego guardaba dentro de si un sinfín de estrategias y posibilidades para quien supiera verlas, como un secreto dentro de otro.
Y así, consiguió que la gente se acercara a él. Había quien jugaba por placer, había quien jugaba por el afán de mejorar, había, en esencia, muchas razones, quizá tantas como jugadores hay en el mundo. Pero una cosa estaba clara, y es que ese hombre ése inventor del nuevo juego, nunca más volvió a estar sólo.
¿No sabes cómo se creó el ajedrez?, preguntó el niño muy triste.
El padre, desconocedor de la respuesta adecuada se sincera, no, no se como se creo el ajedrez.
El niño, visiblemente aliviado, sonríe: entonces juguemos...