Entonces tocó decidir lo más difícil.

¿Como se moverían através de aquel tablero?


¿Cuales serían los movimientos adecuados?

¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?

¿O hacer que cada uno muestre un movimiento característico, único, que lo defina de manera inequívoca?



domingo, 11 de septiembre de 2011

Cuento blanquinegro

El camino de baldosas blanquinegras se extendía hasta el infinito, serpenteando a través de las montañas de sal que se veían a lo lejos. El cielo, negro y cuajado de estrellas enmarcaba a la luna, que llena y oronda, parecía preñada de blancas promesas.




La niña caminaba con paso tranquilo, capa negra sobre un vestido blanco, y la capucha en su cabeza enmarcaba un rostro pálido, que oteaba el horizonte en busca de una meta que cada vez parecía más inalcanzable.



Deberás recorrer ocho veces los ocho caminos que conducen a tu destino, gastarás ocho pares de zapatillas de satén blanco y deberás comer ocho hogazas de pan negro. Y entonces, cuando todo este camino ya esté recorrido, deberás hablar en ocho lenguas diferentes para poder atravesar a los ocho guardianes de la puerta. La bruja blanca le había hecho esta predicción mientras miraba en su bola cristal negro.



Lo que la bruja blanca no le había dicho era que debía tener cuidado por el camino. El caballero negro, que atemorizaba a la comarca solía pasar por esa zona. Ella lo sabía, y por ello había hablado con el bufón de la corte, quien le habló de ese atajo por el que llegaría antes a su destino.

Se despidió de ella con un movimiento de su gorro de cascabeles, blanco y negro, negro y blanco, que dejó ver su falsa sonrisa de lobo, pues había mandado a la inocente niña de capucha negra por el camino más largo. Intentó llegar antes al destino por el atajo, pero pereció en una de las torres que debía escalar, de blancas paredes y pálidos espectros, que arroparon con dulzura su cuerpo sin vida.



Y así, desconocedora de todo peligro siguió avanzando a través de las negras llanuras, hasta que llegó a una negra casa, donde una oscura reina disfrazada de bruja intentó ofrecerle una manzana envenenada, celosa por la textura de su piel y el color de sus mejillas. Con lo que la bruja negra no contaba era con los dos niños que ya estaban en su casa, que en un descuido la metieron en el horno de su casa de jengibre. Los dos, hermanos y hermana, y de cabezas tan rubias que parecían coronadas de nieve, despidieron a nuestra protagonista, tirando la manzana al pozo sin fondo que había detrás de la casa, acogiendo así la oscuridad el envenenado regalo.

Hasta que por fin, el camino pareció terminar. Encontró a los ocho guardianes, y dejó caer al suelo las ocho gastadas zapatillas que había usado. Se sacudió del vestido las migas de las ocho hogazas consumidas por el camino, para después subir descalza los ocho escalones negros de la oscura torre que constituía su destino. Dijo entonces lo que tenía que decir en las ocho lenguas: Échec, Schach, Siach, Check, Schack, Xeque, Sakk y por último, jaque.

El rey negro, de gesto cansado, elevó su oscuro semblante de mirada sombría.

- ¿Eres tú mi Nemesis? ¿Eres tu mi oscura muerte?

- Yo sólo he allanado el camino, dijo la niña, su blanca sonrisa destacando en la oscuridad de la habitación.



La bruja blanca, apareció de repente, poderosa sobre su blanca escoba. Yo te daré la muerte, dijo soplando en su mano, y haciendo que miles de copos de nieve salieran despedidos. Tormenta blanca que abatió al monarca negro. Fin de la historia



Jaque mate, dijo la reina de las nieves. Pero esta vez, nadie fue feliz por siempre jamás. Quizás en otro cuento.

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