Entonces tocó decidir lo más difícil.

¿Como se moverían através de aquel tablero?


¿Cuales serían los movimientos adecuados?

¿Acaso instaurar los mismos movimientos para todos, dejando que todas las piezas fueran iguales?

¿O hacer que cada uno muestre un movimiento característico, único, que lo defina de manera inequívoca?



lunes, 5 de septiembre de 2011

Sueño

Las piezas dormían. Una posición suspendida en el tiempo, a la espera de que se desentrañase el problema.



Dos pares de ojos observaban el tablero. Uno de ellos miraba, estaba aprendiendo; otro de ellos observaba, estaba enseñando.



- ¿Alguna vez has visto a alguien dormir? Le preguntó el maestro al aprendiz que apenas se iniciaba en el juego de reyes.


Es como si de una manera u otra, todas las barreras que pudieran existir de manera consciente desaparecieran. Te conviertes en alguien vulnerable, que respiración tras respiración, va dejando escapar al aire todas sus dudas, sus problemas, sus sueños...



- Yo sólo vería a alguien que duerme, objetó el aprendiz..

- Y sin embargo está todo ahí, lo que pasa es que no sabes verlo. Una vez me contaron una vieja historia. Decía que en el ajedrez, las piezas en un principio tenían vida propia, que se podían desplazar por el tablero a su antojo, peleando unas contra otras, desarrollando largas batallas sin fin, que no se detenían hasta que uno de los ejércitos perdía, hasta que uno de los reyes era acorralado y derribado.


Los ojos del maestro parecían perdidos en un tiempo lejano. Parecían buscar imágenes ya extintas, improntas de su retina que nunca volverían, pero que se resistían a desaparecer


- ¿Y que diferencia hay con el ajedrez actual?


- La diferencia, mi querido niño, reside en las relaciones. No te puedes pelear una y otra vez con otro sin llegar a conocer muy bien a tu adversario. Tras muchas batallas surge el respeto mutuo, tras el respeto va una cierta camaradería, y tras la camaradería, una amistad que si bien nunca va a desarrollarse del todo, siempre permite tomarse algo después de la partida y comentar las mejores jugadas con una sonrisa en los labios.


- ¿Y que fue lo que pasó?


- Lo que siempre ocurre. Si bien las piezas empezaron a conocerse y a respetarse, los jugadores cada vez estaban más distanciados y enfrentados, ocupados como estaban en absurdas estrategias, estudiando tácticas y posiciones sin detenerse a pensar en lo que en un principio les había hecho empezar a jugar.


- ¿Y que era eso?
 - ¿Qué te ha hecho empezar a jugar?


El aprendiz reflexionó unos instantes.


- Lo que me gusta del ajedrez es que me divierto,



- Exactamente; el maestro asintió complacido.  La tragedia es que  nunca llegaron a recordarlo.

- ¿Y las piezas?

- Cada vez fueron absorbiendo más y más de los que las manejaban. Poco a poco las partidas fueron más y más largas, porque todos analizaban una y otra vez todos los movimientos, todas las posibles variantes, todos los mates y aperturas. Hasta que al final todas las piezas dejaron de moverse, habían perdido toda la espontaneidad que les caracterizaba.


Y ya sabemos lo que pasa cuando siempre estas en una posición inamovible, que cada vez te cuesta más aceptar otros puntos de vista.


Las piezas dejaron de relacionarse. Para que la competición continuase ellas se habían detenido. Ahora están como dormidas, suspendidas en el tiempo, esperando que alguien las saque de su letargo. ¿Ves ahora?


- Sí, ahora veo.


- Entonces juega.


Una lágrima cayó, lenta y pausada a través de toda la superficie de la pieza, hasta formar un pequeño charco en el suelo blanquinegro sobre el que descansaba.




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